Hemos llegado al crucero del
templo. Se cubre mediante cúpula semiesférica con linterna, apoyada sobre
pechinas. Presenta en su interior decoración de casetones, cada uno de los
cuales albergaba en su interior una pintura, desgraciadamente irrecuperables.
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Cúpula del crucero de la iglesia de la Anunciación. |
El presbiterio, de gran tamaño,
se eleva sobre cinco gradas y se corona con bóveda de cañón, adornada con
casetones dorados. El retablo del Dulce
Nombre de Jesús lo preside, constituyéndose en la obra más espectacular y artísticamente
valiosa de este templo. Ha sido profusamente estudiado durante cinco siglos y,
sin embargo, aún esconde numerosos interrogantes. Seguro, lo que se dice
seguro, sólo se sabe que la estructura arquitectónica del retablo fue trazada
por el hermano jesuita Alonso Matías entre 1.604 y 1.606.
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Retablo Mayor, llamado del Dulce Nombre de Jesús. |
Se trata de un elemento clave
en la evolución del retablo sevillano. Se abandona la antigua disposición
renacentista de dos o tres cuerpos reticulados, por un gran primer cuerpo con
cuatro columnas frontales y cuerpo superior reducido a un simple ático. Este
modelo desarrollado por el jesuita Alonso Matías en Sevilla, a caballo entre un
Renacimiento tardío y un Barroco incipiente, tuvo gran aceptación en la ciudad,
siendo adoptado y evolucionado por la propia Compañía de Jesús y el Arzobispado
hispalense, de la mano de maestros de la talla de Alonso Cano, Andrés Ocampo o
Martínez Montañés.
Alonso Matías trabajó como
aparejador para Pedro Díaz de Palacios, arquitecto manierista, vinculado a las
tendencias romanistas, en la Catedral de Málaga, en 1595; después fueron determinantes
los contactos con el jesuita Juan Bautista de Villalpando, con el que se
relacionó en el Colegio de Santa Catalina, en Córdoba.
Sus tres grandes retablos
mayores fueron este de la Casa Profesa de los Jesuitas, en 1.604 a 1.606, el
del Colegio de la Encarnación, en Marchena, en 1.607 y el retablo mayor de la
Catedral de Córdoba, en 1.618.
En el caso que nos ocupa, se
trata de una estructura con un banco muy desarrollado, un solo cuerpo
tetrástilo articulado mediante columnas y pilastras gigantes de orden corintio
estriado y ático triple.
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Altar y banco del Retablo Mayor. |
El banco y los soportes de
pilastras y columnas están cubiertos por losas de mármol negro. En el centro
del banco se sitúa el sagrario, instalado en un bonito templete decorado con
tres pinturas de Juan de Roelas: un Niño
Jesús en el frente, La entrega de los
panes de la proposición (lateral izquierdo) y Sansón luchando con el león (lateral derecho). A los lados del
sagrario, aunque difícil de ver por las flores que suelen engalanar el retablo,
hay una serie de cajoncitos destinados, como es costumbre en los templos
jesuitas, a contener reliquias de santos.
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Sagrario del Retablo Mayor. |
Me detengo brevemente en el
templete que acoge este sagrario, pues se trata de una espléndida obra que
reproduce, a escala, un edificio cupulado, llevado a cabo por Alonso Matías y
Gaspar Ragis, autores de la arquitectura y el dorado del resto del retablo.
Está realizado en madera, con aplicaciones de mármol negro y delicadas labores
de repujado, dorado y policromía. Muestra una fachada de ladrillos, con puerta
adintelada, rematada por un frontón curvo partido; este cuerpo central está
flanqueado por dos pares de columnas de mármol negro, que sujetan un
entablamento sobre el que se sitúa un frontón recto partido y, sobre este, una
balaustrada. A la misma altura vemos la base de una cúpula, gallonada, con
tambor y linterna, rematada por un cupulín. Una maravilla.
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Entrega de los panes de la proposición. Sagrario del Retablo Mayor, lado izquierdo.
Fondos de la Universidad de Sevilla. |
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Niño Jesús. Pintura central, Sagrario del Retablo Mayor. Fondos de la Universidad de Sevilla. |
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Sansón luchando contra el león. Sagrario del Retablo Mayor, lado derecho.
Fondos de la Universidad de Sevilla. |
El colosal primer cuerpo del
retablo queda delimitado en tres calles (la central más ancha) por dos columnas
corintias estriadas exteriores, en tanto que otras dos pilastras del mismo
orden compartimentan el recuadro central, ocupado por la escena de La Circuncisión de Jesús.
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Primer cuerpo del Retablo Mayor. |
La imagen se desarrolla en tres
planos. En el inferior aparecen arrodillados los “Santos Ignacios”: San Ignacio de Loyola, a la derecha, con
el anagrama IHS en el pecho, y San
Ignacio de Antioquía junto al león de su martirio, a la izquierda.
En el plano central se desarrolla
el momento de la Circuncisión, tema
muy querido por la orden jesuita por corresponder al momento en que se impuso
al Niño el nombre de Jesús, emblema de la Compañía. El pintor muestra el
instante inmediatamente posterior a la ceremonia, ya que se observa, a nuestra
izquierda, el sacerdote limpiando el cuchillo utilizado. En el centro, San José entrega a la Virgen el Niño,
semidesnudo y cubierto por un paño. Dos pequeños ángeles, a la derecha,
sostienen la ropa que vestirá el Niño. Corona la obra un rompimiento de gloria, un
disco solar centrado con el anagrama IHS, con ángeles músicos bajo él y
querubines lanzando flores sobre la Sagrada Familia.
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La Circuncisión del Niño Jesús. |
Aunque no está documentada, su
atribución a Roelas es prácticamente unánime por estilo y referencias directas
de su época. Precisamente la desnudez del Niño motivó un comentario del también
pintor Francisco Pacheco, contemporáneo de Roelas, que ha servido como
referencia fundamental para atribuir esta pintura al artista. Pacheco, llevado
de su puritanismo ideológico y, por qué no decirlo, por el rencor que le
produjo el sentirse desplazado por Roelas como pintor de mayor éxito en la
ciudad, censuró por escrito en su "Arte de la Pintura" la excesiva
desnudez del Niño. Resulta curioso advertir que un seglar como Pacheco,
condicionado por la estrechez de su pensamiento religioso, llegase a ser censor
de un clérigo como Roelas, hombre sin duda más abierto y humanista que su
intransigente colega. No en vano Pacheco, muy bien relacionado con el clero y
la nobleza, fue nombrado “veedor de pinturas sagradas” (o sea, censor) de la
Santa Inquisición.
La pintura que ocupa el lado
del Evangelio de este primer cuerpo nos muestra La Adoración de los Reyes Magos, en tanto que el lado de la
Epístola está ocupado por La Adoración de
los pastores.
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Adoración de los Reyes Magos. |
En la primera se dispone, a la izquierda, el portal de Belén, ante el que la Virgen, sentada, sostiene al Niño Jesús en su regazo, con San José tras ella. Los Reyes Magos ocupan la parte derecha de la composición, acompañados de su séquito. El rey Melchor se arrodilla para entregar su presente al Niño, con Gaspar y Baltasar esperando su turno. Un paisaje con edificios en ruinas se observa al fondo. En la parte superior, un rompimiento de gloria ilumina la escena, con un gran ángel mancebo captado en escorzo.
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Adoración de los Reyes Magos. Detalle. |
En la escena de La Adoración de los pastores, la Sagrada
Familia ocupa el lado derecho de la composición, ante el portal, flanqueada por
los oferentes. El Niño Jesús constituye el principal foco lumínico de un
conjunto en penumbra. En la parte superior, se abre un rompimiento de gloria
que sobrevuelan unos ángeles que portan una filacteria con un texto en latín: "GLORIA
IN EXCELSIS DEO ET IN TERRA PAX" (Lucas, 2:14).
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Adoración de los pastores. |
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Adoración de los pastores. Detalle. |
Sobre el primer cuerpo de sitúa
un potente entablamento, con friso de mármol negro y una cornisa sostenida por
canecillos dorados, sobre los que encontramos el segundo cuerpo del retablo. La
calle central está delimitada por pilastras corintias, rematada con un frontón
curvo. Está ocupada por una pintura de La
Anunciación, que ya fue mencionada por Pacheco en su tratado como obra de
Antonio Mohedano, aunque posteriormente fue atribuida a otros artistas para,
recientemente, volver a ser considerarse realizada por el pintor cordobés.
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Segundo cuerpo del Retablo Mayor y bóveda del presbiterio. |
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Segundo cuerpo del Retablo Mayor. |
El lienzo está claramente
dividido en dos claras zonas, separadas por un manto de nubes. En la parte
inferior, a la derecha, aparece la Virgen, arrodillada, que escucha atentamente
al arcángel San Rafael, que le anuncia su próxima maternidad y el origen divino
de la misma. En la superior, se abre un rompimiento de gloria, con numerosos
ángeles mancebos y otros más pequeños. Dios Padre y la paloma del Espíritu
Santo que, desde el ángulo izquierdo, envían un rayo de luz que cruza
diagonalmente el cuadro, recayendo en María. Pequeños ángeles músicos y
cantores, en la parte superior derecha, entonan alabanzas en honor a la Virgen.
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La Anunciación de la Virgen. |
Las calles laterales acogen
lienzos de San Juan Evangelista
(izquierda) y de San Juan Bautista
(derecha). De menor tamaño que la pintura central, ambos se alojan en el
interior de marcos coronados por frontones curvos partidos, con bolas y agujas.
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San Juan Bautista y San Pablo. Lado derecho del segundo cuerpo del retablo. |
La pintura que representa al Bautista nos lo muestra
según su iconografía tradicional, vestido con las pieles que constituyen su
indumentaria habitual de eremita. Sentado sobre un tronco seco, cubre sus
piernas con un manto carmesí -color que alude a su martirio-, portando en su
regazo un cordero, representación simbólica de Cristo como Agnus Dei. Su figura ocupa prácticamente la totalidad del lienzo, buscando
el pintor una mejor visualización por parte de los fieles, al situarse esta
pintura a gran altura en el retablo.
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San Juan Bautista. |
San Juan Evangelista, en el
lado izquierdo, está representado como un joven imberbe, vestido con túnica
verde y manto rojo. Se encuentra sentado, en actitud de escribir en su
Evangelio, con el águila que lo simboliza tras él. Al igual que en la anterior,
se nos muestra ocupando casi todo el recuadro, para facilitar su visión.
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San Pedro y San Juan Evangelista ocupan el lado izquierdo del segundo cuerpo del retablo. |
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San Juan Evangelista. |
El obispo de Bona, Juan de la
Sal, gran protector de los jesuitas sevillanos y patrocinador de las pinturas
del retablo, fue el responsable de un importante cambio en la iconografía del mismo.
En un principio, serían representaciones de San Pedro y San Pablo las que
escoltaran la escena de la Anunciación. Sin embargo, el obispo pensaba de otra
forma: consideraba al Bautista como precursor de Cristo y al Evangelista
responsable de la difusión de su mensaje; por lo tanto, deberían figurar en el
retablo, sobre todo teniendo en cuenta el fervoroso culto que ambos recibían en
la ciudad. A partir de entonces resultó frecuente la representación conjunta de
los Santos Juanes en los áticos de posteriores retablos mayores, como fue el
caso de Lebrija, Los Palacios y Espera. Aunque en distintos momentos fueron atribuidos
a Alonso Cano, Herrera, el Viejo o
Pablo Legot, en la actualidad hay consenso en la autoría de Roelas.
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San Pablo. |
No obstante el cambio, se
decidió que tanto San Pedro como San Pablo también figuraran en el retablo. En
este caso se trataría de esculturas, realizadas por un artista desconocido de
la escuela sevillana a principios del XVII. Ambas imágenes están colocadas sobre
sendos pedestales en la prolongación de las columnas del primer cuerpo.
San Pablo se nos muestra según
su iconografía habitual, como un hombre maduro, calvo y de largas barbas. Porta
en su mano derecha la espada de su martirio, su principal atributo, mientras
que sostiene con la contraria un libro, alusivo a sus escritos.
San Pedro sostiene en su mano
derecha las llaves del Paraíso, que constituyen su principal atributo
iconográfico. Dirige su mirada hacia el libro que lleva en su mano izquierda.
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San Pedro. |
Son esculturas concebidas para
ser vistas a gran altura, mostrando evidentes desproporciones, con las cabezas anormalmente
grandes.
Ante los intercolumnios del
retablo mayor, y exentas al mismo, podemos contemplar dos esculturas de
Martínez Montañés, de tamaño natural: San
Ignacio de Loyola, realizada en 1.610 (año de beatificación del fundador de
la Compañía de Jesús) y San Francisco de
Borja, tallada en 1.624 por el mismo motivo. Son imágenes de candelero que
solo tienen tallados rostros y manos, estando el ropaje compuesto por telas
encoladas. Ambas fueron encarnadas y pintadas por Francisco Pacheco.
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San Ignacio de Loyola. Martínez Montañés, 1.610. |
La efigie del primero presidió
un retablo barroco que estuvo ubicado en el lado del Evangelio del crucero,
levantado a expensas del hermano Bartolomé de Morales, estrenado en 1.694 y
destruido en el siglo XIX, durante la “furia neoclásica” emprendida por el dean
López Cepero.
San Francisco de Borja (al que
le falta la calavera de Isabel de Portugal de que sostenía en su mano izquierda)
formaba parte de otro retablo barroco, destruido igualmente por orden de López
Cepero, que había sido costeado con motivo de la canonización del santo, en
1671, por el prepósito Jacinto de la Puebla.
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San Francisco de Borja. Martínez Montañés, 1.624. |
A la izquierda del presbiterio
se encuentra la puerta de la altísima sacristía. No se puede visitar
habitualmente, aunque formó parte, originariamente, de la antigua Capilla de
las Reliquias de este templo. Su existencia testimonia el intenso culto
profesado por los religiosos jesuitas a las reliquias de los santos, veneración
impulsada por San Ignacio, como hemos tenido ocasión de comprobar en anteriores
entradas. En ella se guardaban diez bustos-relicarios que, según me comenta la
persona a cargo, “hace muchos años que ya no están aquí”; igualmente ignoraba
su ubicación actual. Por esta causa, me apoyo en información de la propia
Universidad para dar a conocer las mencionadas imágenes y agradecería cualquier
información sobre su paradero actual.
Relicario de San Antonio Abad. Captado según su
iconografía tradicional, como un anciano de largas barbas, va vestido con su
hábito de túnica blanca y manto con capucha marrón, que aquí se muestra
ricamente estofado con motivos florales dorados. Apoya la mano izquierda sobre
el relicario que se abre en su pecho, dotado de un marco dorado de molduras
recortadas.
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Relicario de San Antonio Abad. |
Relicario de San Gregorio. Se nos muestra como un hombre
maduro, vestido con la indumentaria que revela su condición de Pontífice, capa
pluvial, tiara y guantes. Lo más destacado de esta imagen es el rico tratamiento
de las vestimentas, en especial de la capa pluvial, policromada con hermosas
flores y dotada de capilletas con representación de santos.
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Relicario de San Gregorio. |
Relicario de San Jorge. Aparece como un joven caballero,
barbado, tocado con yelmo y vestido con armadura, que aquí se muestra ricamente
estofada con pequeños círculos y orlas con motivos vegetales. Junto a Santa
Apolonia, es el único busto-relicario del conjunto de la Anunciación que ha
sido representado sin las manos. En el pecho, alberga un relicario, que simula
colgar de una cadena de oro.
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Relicario de San Jorge. |
Relicario de Santa Cecilia. Representación
escultórica de una hermosa joven, de cabellera rubia rizada, peinada en un
recogido. Va vestida con túnica rosada estofada con motivos florales y toca
cubriéndole la cabeza. Muestra una herida sangrante en el cuello, que alude a
su martirio. Apoya su mano izquierda en un pequeño órgano, que constituye su
principal atributo iconográfico; alude al episodio del día de su boda, en el
que, mientras sonaba un órgano, ella cantaba interiormente para que Dios le
permitiera permanecer siempre virgen. En el pecho, se abre un relicario, dotado
de un marco dorado configurado a base de sencillas "ces" geométricas;
debió contener, originalmente, algún resto de la santa.
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Relicario de Santa Cecilia. |
Relicario de Santa Dorotea. Mostrada como la
anterior, figura con dos heridas sangrantes, una en la frente y otra en el
cuello, que aluden a su martirio. Carece de su atributo iconográfico más
representativo, un cesto de flores y manzanas. En el pecho, se abre el hueco
ovalado, con marco dorado, de un relicario que debió contener algún resto de la
santa.
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Relicario de Santa Dorotea. |
Relicario de Santa María Magdalena. Reproduce
a la santa como una joven de larga cabellera pelirroja. Aquí ha sido trabajada
a base de menudos rizos, que caen sobre el pecho en dos largos mechones,
dispuestos simétricamente. Va vestida con túnica rosada, anudada a la cintura y
estampada a base de adornos vegetales verdes. En el pecho, se abre el hueco de
un relicario que debió contener, en origen, algún resto vinculado con esta
santa; muestra un marco dorado compuesto a modo de tarja, a base de sencillas
"ces".
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Relicario de Santa María Magdalena. |
Relicario de una santa desconocida. Busto
de una santa mártir de difícil identificación, pues no presenta atributo
iconográfico alguno y no posee la inscripción que acompaña a los demás bustos
de la serie. Se trata de una hermosa joven, de cabellera rubia ondulada,
peinada en un recogido. Va vestida con túnica ricamente estofada con motivos
florales verdosos y rosados, cuyas mangas se ajustan a ambos brazos mediante
cintas. Junto al San Jorge, es el único busto de la serie que no presenta
talladas las manos. Muestra una herida sangrante en el cuello, que alude a su
martirio. Reposa sobre una peana decorada con motivos clásicos: ovas y perlas.
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Relicario de una santa desconocida. |
Relicario de San Antonio de Padua. Vestido
con el hábito marrón franciscano, estofado y anudado con un cordón a la
cintura. Tiene mutilado parte del brazo derecho. En el pecho, se abre un
relicario de formato circular, dotado de un marco dorado conformado a base de
sencillas "ces".
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Relicario de San Antonio de Padua. |
Relicario de Santa Ana. La madre de la Virgen aparece
captada como una mujer madura, vestida con túnica rosada y manto marrón,
forrado en verde, ambos ricamente estofados con motivos florales y geométricos.
La toca que le cubre la cabeza, de color claro y recorrida por un estampado a
base de franjas, imita los tejidos hebreos.
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Relicario de Santa Ana. |
Relicario de San Francisco Javier. Es
captado barbado, vestido con el hábito jesuita, y ademán de abrir su sotana
negra para mostrar el fuego que emergía de su corazón misionero. Se trata de un
imagen que sigue el modelo establecido por un grabado de Teodoro Galaeo que
ilustra la biografía de San Francisco Javier debida a Orazio Torsellini
("De Vita Francisci Xaverii", Roma, 1.594). Por sus características
estilísticas, esta imagen ha sido atribuida a Juan de Mesa. Su rostro, de
clásicas facciones y honda expresividad, es característico de este maestro. Destaca
en esta imagen el tratamiento realista de las manos, que se aferran a la
hermosa túnica, estofada con motivos florales dorados y dotada de plásticos
plegados. Asimismo, es muy notable su expresivo rostro, de boca entreabierta y
ojos extasiados que se dirigen a las alturas.
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Relicario de San Francisco Javier. |
En conjunto, por sus
características estilísticas (alargamiento de la figura, inexpresividad,
plegados de las vestimentas, tratamiento de los pequeños rizos...) y el tipo de
molduras que configuran estos diez relicarios, son considerados piezas
representativas del manierismo sevillano del último cuarto del siglo XVI.
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