Hace ya unos años visitamos este
bonito palacio renacentista, según se reflejó en las entradas
Hoy regresamos para contemplar cómo
ha resultado su inclusión en los Itinerarios Murillo y su relación con el
pintor.
En 1.660 se funda, en la Casa
Lonja, la Academia del Arte de la Pintura,
de la mano de Murillo y Francisco de Herrera, el Joven. Se trató de primera corporación académica sobre el oficio instituida en
territorio nacional, con la particularidad sobre las italianas y la parisina ya
existentes (mantenidas por ricas familias, el Papado o el rey) de que la
academia sevillana se sostenía con fondos aportados por los propios profesores.
Esta escasez de dinero, amén de los celos artísticos entre los enseñantes (era
legendaria la enemistad entre Murillo y Valdés Leal), provocó que la Academia
tan solo siguiera en activo catorce años.
Placa instalada en el Archivo de Indias en recuerdo de la fundación de la Academia de la Pintura. |
Las tiranteces entre los
profesores aparecieron ya desde el principio. Aunque la idea fue de Murillo
y fue él quien llevó el peso de las
gestiones, hubo que nombrar una presidencia bicéfala, ya que Herrera exigió un
puesto dirigente. Además, impuso que en la documentación de la Academia, a su
nombre siempre antecediera el tratamiento de “Don”, hecho este compartido por
otros miembros de la institución, como Pedro Núñez de Villavicencio o Sebastián
de Llanos Valdés.
La relación de la Academia con
la Casa de los Pinelo estriba en que fue el germen de la Real Academia de
Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría de Sevilla, domiciliada en este lugar,
junto con la Real Academia Sevillana de Buenas Letras. Con motivo del
itinerario Tras los pasos de Murillo
se exponen documentos y obras artísticas y literarias, tanto originales como
reproducciones, relacionadas con el artista. Destaca, en este sentido, el
manuscrito que contiene los Estatutos provisionales, actas de sesiones y
estados de las cuentas de la Academia de Pintura fundada por Murillo
y que pertenece a la Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría.
Patio principal, en el que se exponen reproducciones de obras de Murillo. |
Estatutos provisionales, actas de sesiones y estados de las cuentas de la Academia de Pintura fundada por Murillo. |
También podremos admirar
reproducciones (de imprenta) de obras del genial artista, con comentarios
detallados sobre las mismas, que reproduzco a continuación:
En esta obra de juventud ya se
aprecia el interés de Murillo por tratar los temas sagrados con un enfoque
naturalista. La Sagrada Familia está captada como unos campesinos que viajan,
especialmente por el sombrero y el zurrón de San José. La tensión que muestra
el santo se perderá en sus pinturas posteriores de este mismo tema. Jesús
aparece representado con pocas semanas de vida, más pequeño de lo habitual en
Murillo.
La huida a Egipto. Hacia 1.645-1.650. Génova, Palazzo Bianco. Procedencia: probablemente, el Convento de la Merced Descalza de Sevilla. |
Destaca el realismo con el que
se han plasmado el Niño y el borriquillo. El paisaje nebuloso, calmado y cerrado por
un lado, anuncia el que se repetirá en sus futuras obras. Los tonos terrosos
son los de su primera etapa. En el Institute of Arts de Detroit hay otra
versión muy similar.
Una de las pinturas del ciclo
pintado por Murillo que narra la historia de Jacob, es esta hermosa escena de
paisaje. Nos ilustra el momento en el que el patriarca, después de un largo
viaje desde Canaán para buscar esposa, se encuentra con su bella prima Raquel.
Al momento quedó prendado de ella, hasta tal punto que, dotado de una fuerza
extraordinaria, pudo abrir el brocal de un pozo para que abrevaran los rebaños
de su pariente, y así ganarse su favor.
El encuentro entre Jacob y Raquel junto a un pozo. Hacia 1.660. Dublín, National Gallery of Ireland. Procedencia: probablemente, colección del marqués de Villamanrique, Sevilla. |
La tradición pictórica sevillana no contaba con pintores especializados en la
temática paisajística, de modo que Murillo tuvo que inspirarse en modelos
flamencos, que debió conocer a través del mercado de arte, estampas y grabados.
Las espléndidas dotes paisajísticas de Murillo se ponen de manifiesto en esta pintura, en la que el dilatado panorama campestre cobra todo el protagonismo. Este telón de fondo enmarca una escena de la vida de Jacob, narrada en el Libro del Génesis, en la que se deja traslucir la audacia de este personaje: su tío Labán le permitió tomar de su rebaño todos los ejemplares negros o manchados, como pago a sus servicios de pastoreo. Jacob llevó a abrevar a los animales frente a unas varas rayadas, tal y como se percibe en la pintura, con el fin de que se aparearan frente a estas, y de esta forma, las crías nacieran manchadas, y así, pasaran a formar parte de su rebaño, como sucedió.
En esta pintura se nos narra
otro episodio de la vida de Jacob, acontecido durante el viaje de regreso a
Canaán con su familia y rebaños. Antes de partir, su esposa Raquel había robado
los ídolos domésticos de su padre Labán sin que su marido lo supiera. Nada más
percatarse, Labán los persiguió y acusó de robo a Jacob quien. ajeno a esta
circunstancia, permitió a su suegro inspeccionar su campamento. El registro fue
en vano, pues Raquel, a la que se ve en la pintura a la entrada de una de las
tiendas, ocultó los ídolos astutamente bajo sus vestiduras.
Jacob pone las varas al ganado de Labán. Hacia 1.660. Dallas, Meadows Museum, Southern Methodist University. Procedencia: probablemente, colección del marqués de Villamanrique, Sevilla. |
Las espléndidas dotes paisajísticas de Murillo se ponen de manifiesto en esta pintura, en la que el dilatado panorama campestre cobra todo el protagonismo. Este telón de fondo enmarca una escena de la vida de Jacob, narrada en el Libro del Génesis, en la que se deja traslucir la audacia de este personaje: su tío Labán le permitió tomar de su rebaño todos los ejemplares negros o manchados, como pago a sus servicios de pastoreo. Jacob llevó a abrevar a los animales frente a unas varas rayadas, tal y como se percibe en la pintura, con el fin de que se aparearan frente a estas, y de esta forma, las crías nacieran manchadas, y así, pasaran a formar parte de su rebaño, como sucedió.
Labán busca los ídolos domésticos en la tienda de Raquel. Hacia 1.660. Cleveland, The Cleveland Museum of Art. Procedencia: probablemente, colección del marqués de Villamanrique, Sevilla. |
Esta escena fue interpretada por Murillo con la destreza descriptiva que le
caracterizaba, sobre un espectacular fondo de dilatado paisaje.
El centro de la escena es Jesús,
que acepta el báculo de caña con forma de cruz que le entrega su primo ante la
atenta mirada de las dos madres que, con sus piadosas expresiones, dan
trascendencia al momento. El cordero bajo el Niño es una premonición de su
futuro como redentor, a través su muerte en la cruz. La pintura se completa con
un rompimiento de gloria con angelitos, del que emergen Dios Padre y el Espíritu
Santo en línea vertical sobre Jesús, constituyendo así una Trinidad. Murillo
emplea un inteligente juego cromático, otorgando a los personajes celestiales
tonos más claros y traslúcidos y dejando las partes terrenales más oscuras y
con colores más sobrios.
Virgen con Niño, santa Isabel y san Juanito. Hacia 1.660-1.665. París, Musée du Louvre. Procedencia: 1.786, adquirido por Luis XVI al conde Serrant. |
La Sagrada Familia con san Juanito.
Hacia 1.670. Londres, The Wallace Collection.
Procedencia: posiblemente, es la Sagrada Familia que Ponz citó en 1.786 en la Catedral de Sevilla.
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La escena del encuentro
de los santos primos en la huida a Egipto fue frecuente en los pinceles de
Murillo. En esta ocasión, la pintura se carga de melancolía al recibir María,
de manos de los niños, la filacteria del Agnus Dei, que anuncia que Jesús es el
cordero de Dios que se sacrifica por la redención de la humanidad.
La
composición se organiza con dos diagonales que se encuentran en el rostro del
Niño, y se refuerza por el juego de miradas que se entrecruzan y por el límpido
foco que los ilumina. Un fondo nebuloso de rápidos trazos cierra la escena. Hay
una versión en el Fogg Art Museum de Cambridge (Massachusets), con los
personajes de tres cuartos y sin el cordero.
La Sagrada Familia. Hacia 1.670-1.680. Londres, National Gallery. |
En
esta pintura se representan las dos Trinidades, la celestial, configurada en un
eje vertical por el Padre Eterno, el Espíritu Santo y Jesús, y la terrenal,
compuesta por la Sagrada Familia. El Niño, plasmado con una edad algo mayor de
lo habitual en Murillo, está algo más elevado que sus padres, y entre los tres
generan una composición piramidal.
La
pincelada es fluida y el colorido está tratado con gran sutileza, otorgando a la imagen de Jesús tonos más propios del mundo celestial, por ser el nexo de unión entre el
cielo y la tierra a través de su doble naturaleza, divina y humana. La
espiritualidad de la pintura se refuerza en el rostro del Niño, que alza su
mirada y la cruza con la de Dios Padre.
Alegoría de la primavera. Hacia 1.670. Londres, Dulwich Picture Gallery. Procedencia: probablemente, colección de Justino de Neve. |
Esta pintura, tradicionalmente
denominada Muchacha con flores, pudo
formar parte de una serie sobre las cuatro estaciones mencionada en la
colección de Justino de Neve. La joven recreada por Murillo representaría a la
Primavera, tanto por la exultante energía de la juventud que posee, como por
los elementos simbólicos que la acompañan: las flores que porta en su chal y
las que adornan el turbante de su cabeza.
Aunque se trate de una pintura
alegórica, es también representativa de los personajes protagonistas de las
escenas de género que con tanto talento y sensibilidad cultivó el artista,
logrando captar, en esta ocasión, la belleza vital y limpia de la joven, muy alejada
de las interpretaciones que la han vinculado a contenidos eróticos.
Alegoría del verano. Hacia 1.675. Edimburgo, National Gallery of Scotland. Procedencia: probablemente, colección de Justino de Neve. |
Esta
Alegoría del verano no parece formar pareja con la Alegoría de la primavera de
la Dulwich Gallery, aunque sí hubo de integrarse en un ciclo sobre las cuatro
estaciones, cuyas compañeras no se conocen en la actualidad.
Murillo
representa el período estival a través de un hombre joven que, semidesnudo,
muestra un cesto con brillantes frutas veraniegas y cubre su cabeza con un
turbante en el que se insertan dos espigas de cebada, símbolos del verano.
Destaca
la elevada calidad técnica de la pintura, su complejo cromatismo y el correcto
tratamiento de la anatomía del personaje que muestra, en su rostro y en su
fisonomía, una plenitud física que se corresponde con el espíritu pletórico de
la estación estival.
Terminamos
aquí esta visita. Aunque su relación con Murillo está un poco traída por los
pelos, cualquier excusa es buena para disfrutar de un paseo por este bonito
palacio renacentista, sede, además, de dos importantes Academias sevillanas.
Que bonito este blog! no me canso de leerlol
ResponderEliminarGracias por comentar.
EliminarUn saludo.
Lo siento pero no sé ven las fotos.
ResponderEliminarMuy interesantes las fotos, hermosas historias y relatos.
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