Fue el lugar elegido por el cardenal Cervantes para
descansar eternamente. El cardenal Juan
de Cervantes nació en Lora del Río (Sevilla) en el año 1.382 y fue obispo
de la ciudad durante cinco años, desde 1.449 hasta 1.453. Desarrolló una
intensa actividad política y diplomática en Roma, interviniendo en varios
concilios, siempre a favor del papa Eugenio IV. En esa época tuvo un
secretario, Eneas Silvio Piccolimini, que más tarde se convertiría en el papa
Pío II, el cual, en sus memorias, califica a Cervantes como "un español
austero y santo".
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Sepulcro del cardenal Cervantes. |
Cuando regresa a España desempeña el cargo de obispo de Ávila,
Segovia y, finalmente, Sevilla. Sin embargo, el rey Juan II ya tenía su propio
candidato para Sevilla, Rodrigo de Luna, sobrino de don Álvaro de Luna, y se
molestó enormemente por no haber sido solicitado su permiso, como era
preceptivo, para el nombramiento de Cervantes. El Cabildo sevillano da marcha
atrás y nombra a Luna, pero el entonces papa, Nicolás V, no confirma el
nombramiento. La disputa se resolvió con el nombramiento de Rodrigo de Luna
como obispo de Santiago y el de Cervantes como obispo de Sevilla.
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Vista de la capilla. |
Ya en la ciudad, impulsó diversas obras en la Catedral, incluida
la construcción de la Capilla de San Hermenegildo, donde reposan sus restos en
el monumento funerario más artístico no ya de la Catedral, sino de toda la
Archidiócesis. También se distinguió por sus obras de caridad entre los pobres.
El escultor flamenco Lorenzo Mercadante de Bretaña fue elegido
para realizar, a requerimiento del Cabildo, el sepulcro del cardenal Cervantes.
Tallado en alabastro entre 1.454 y 1.458, seis leones sostienen el cuerpo del
conjunto, con figuras de santos bajo doseletes sobre ellos y, en los paños así formados, ángeles
mancebos que sostienen escudos heráldicos en los cuatro lados. La estatua yacente nos
presenta al prelado revestido de pontifical al estilo antiguo, con la cabeza
mitrada descansando sobre almohadones y expresión serena y tranquila. A sus pies
descansa una cierva, emblema del escudo de la familia. En la cabecera se puede
leer la firma del autor (única obra firmada que se conserva): “Lorenzo
Mercadante de Bretaña entalló este bulto”.
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Detalle del sepulcro. |
Su epitafio reza:
POSTQUAM EXIMIO NITORE VIRTUTUM REVERENDISSIMUS IOANNES DE
CERVANTES CUM TITULO S. PETRI AD VINCULA GALERUM OPTIME MORUIT CLARISSIMOSQUE PER ORDEN EDIDIT FRUCTUS;
QUONIAM TOTUS ECCLESIASTICÆ HONESTATIS OSTIUM FUIT IUDICATUS, OSTINSEM OBTINUIT
TANDEM, GRAVE SCENTE IAM ÆTATE HISPALENSEM METROPOLIM SAPIENTER ADMINISTRANS
ECCLESIAM (UT PRÆLATUM DECET) RELIQUIT HEREDEM; CUM INTRA PROBATISSIMAS
OPERATIONES HOSPITALE FAMOSUM DOTATISSIMUNQUE IN CIVITATE HISPALENSI PIUS
ÆDIFICASSET. OBIIT 25 NOVEMBRE ANN. DOM. 1453.
DESPUÉS QUE EL REVERENDÍSIMO SEÑOR JUAN DE CERVANTES, CON EXIMIO
RESPLANDOR DE VIRTUDES MERECIÓ MUY BIEN EL CAPELO, CON TÍTULO DE SAN PEDRO
AD-VINCULA, Y DIO POR EL MUNDO DIGNÍSIMOS FRUTOS, PORQUE FUE JUZGADO PUERTA DE
TODA ECLESIÁSTICA HONESTIDAD OBTUVO LA IGLESIA DE OSTIA, Y ADMINISTRANDO AL FIN,
YA EN EDAD MUY ANCIANA, LA METRÓPOLI DE SEVILLA, DEJÓ HEREDERA A SU IGLESIA,
COMO CONVIENE A PRELADO, Y ENTRE OTRAS OBRAS DE GRAN APROBACIÓN, EDIFICÓ
PIADOSAMENTE UN HOSPITAL FAMOSO Y MUY DOTADO EN LA CIUDAD DE SEVILLA. FALLECIÓ
A VEINTICINCO DE NOVIEMBRE DEL AÑO DEL SEÑOR DE 1453.
Inscripción recogida y traducida por Ortiz de Zúñiga.
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Detalle. |
Ensombrecido por la magnificencia del sepulcro del cardenal
Cervantes, encontramos el retablo que preside la capilla, del siglo XVIII y
estilo barroco-rococó, ensamblado por Manuel García de Santiago. Según las
cláusulas pactadas, la composición debía tener catorce varas de altura, estar
realizada en pino de Flandes de la mejor calidad, con un plazo de entrega de
once meses. Consta de banco, un gran cuerpo central dividido en tres calles
mediante cuatro grandes estípites y un ático que se adapta a la forma de la
bóveda. Se adornó el conjunto con abundante rocalla, espejuelos, formas
mixtilíneas, hojas de cardos y motivos florales.
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Retablo de San Hermenegildo. |
Sobre una alta tribuna, a los lados del altar, encontramos dos
tallas que representan a Santiago el
Mayor y Santiago el Menor, que no
pertenecen al retablo, ni por tamaño, ni por estilo. La primera, de muy discreta factura, está fechada a
mediados del siglo XVI, en tanto que la segunda, atribuida a Pedro Millán pudiera
estar tallada, según la tradición, en piedra procedente del cimborrio de la
Catedral, derrumbado en 1.511.
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Santiago, el Mayor. Anónimo, siglo, XVI. |
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Un empolvado Santiago, el Menor. Atribuida a Pedro Millán, principios del XVI. |
La hornacina central está ocupada por la imagen del titular del
retablo, portando los símbolos de su martirio: la cruz, las cadenas y el hacha
clavada en su cabeza. El autor es Bartolomé García de Santiago, padre del
retablista y alumno de Ruiz Gijón. A sus lados están colocados un obispo santo y una santa con libro y maqueta de iglesia en las manos, ambos sin identificar.
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San Hermenegildo, titular del retablo y de la capilla. |
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Obispo santo desconocido. |
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Santa desconocida. |
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Ático del retablo. |
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Relieve del ático. |
En el muro frontero al retablo, rodeado por las pinturas de dos
santas, Engracia y Rufina, de estilo zurbaranesco, y de una copia de la Virgen
de la Antigua del siglo XVIII, veremos el sepulcro del almirante de la flota
castellana en el siglo XIII Juan Mathé
de Luna y de su madre, doña Barela, trasladado a esta capilla en 1.848.
Antes estuvo situado en la Capilla de San Martín (nave del Lagarto), que al ser
eliminada hizo que el sepulcro quedara oculto y olvidado, hasta que en el citado
año de 1.848 fue descubierto durante las obras de restauración del pavimento de
la nave del Lagarto. El Cabildo decidió arreglar los mármoles y colocar la
sepultura en esta capilla de San Hermenegildo.
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Muro derecho de la capilla, con el sepulcro del almirante Mathé de Luna. |
La pared frontal nos muestra dos pinturas de bien tamaño y
aceptable calidad, atribuidas al flamenco Frans Franken II: Las Bodas de Caná y La Cena del rey Baltasar.
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Las bodas de Caná. Frans Franken II, siglo XVIII. |
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La cena del rey Baltasar. Frans Franken II, siglo XVII. |
De menor calidad, pero muy interesante desde el punto de vista
legendario, es el pequeño retablo situado entre ambas pinturas, en el que vemos
representada la crucifixión de un sacerdote barbado. Craso error, pues según la
información de la Catedral no se trata de un hombre, sino de una mujer, Santa Librada. Como me picó la
curiosidad, investigué un poco sobre el asunto y he aquí lo que me encontré.
Leyenda de Santa Librada,
patrona de las mujeres mal casadas.
En torno al personaje de Santa Librada o Santa Wilgefortis (del
latín Virgo Fuerte) se tejen varias
leyendas, mezcladas a veces entre sí, según se le rinda culto a la santa en un
lugar u otro de Europa. La versión más extendida nos cuenta que era hija de un
rey de Portugal del siglo VIII. Nació en un parto de nonellizas (nueve hermanas
alumbradas de un mismo embarazo), siendo destinada por su padre (según unos
cristiano, según otros arriano) a ser esposa del rey moro de Sicilia. Como no
deseaba el casamiento, Librada tomó el voto de virginidad y rezó a Dios para
que la convirtiera en un ser repulsivo. En respuesta a sus oraciones, le creció
vello por cara y cuerpo, lo que hizo que el futuro marido, al verla, rompiera
el compromiso.
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Retablillo de Santa Librada. |
Otra versión nos cuenta que el remedio para evitar la boda
consistió en dejar de comer. La desnutrición consiguiente provocó graves
desequilibrios hormonales que se manifestaban en las uñas, muy frágiles y,
sobre todo, en el crecimiento general del vello.
En cualquier caso, la historia termina con la orden de
crucifixión (gran anacronismo; esta forma de ejecución desapareció con el
Imperio Romano) contra la mártir, dictada por su padre.
El origen de esta leyenda se basa en una confusión, tan frecuente en
historias de este tipo (recordemos, sin salir de este blog, a las once mil
vírgenes o a San Expedito). Hasta el siglo XI se representaba a Jesús
crucificado con largos cabellos y vestido con túnica larga, en lugar del paño
de pureza habitualmente usado a partir del siglo XII. Concretamente, en la basílica de Lucca,
población de la Toscana, se venera un crucifijo que representa a Jesucristo de
esta manera. La leyenda afirma que fue esculpida por Nicodemo, uno de los
protagonistas del descendimiento de la cruz de Jesús. Por no ser un escultor
experto, no habría sido capaz de dar a la cara la forma deseada. Cansado y
desilusionado, se durmió sin haber acabado el trabajo; pero al despertar la
habría encontrado milagrosamente terminada por la mano de un ángel.
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Santa Librada, con el músico de la leyenda a sus pies. |
El crucifijo llegó en 742 en una embarcación desierta
que navegaba a la deriva por el mar Tirreno, al puerto de Luni. Los
vecinos de la ciudad no consiguieron abordar la nave, que no arribó
definitivamente hasta la llegada del obispo de Lucca, que había sido advertido
por un sueño. Reclamado por ambas
ciudades, Luni y Lucca, una serie de señales divinas indicaron que fuera
conducido a Lucca.
Desde entonces, el Volto Santo
(Santo Rostro o Santa Faz), procesiona cada año por las calles de la ciudad. Siglos
después, en el XV, cuando los cristianos extranjeros que visitaban la ciudad lo
veían extrañados y, ante la ya olvidada hagiografía del Crucificado con túnica,
se interpretaba que era una representación la Santa Librada portuguesa,
extendiendo su culto a sus lugares de origen.
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El Volto Santo de Lucca. origen de la leyenda. |
Existe otra leyenda relacionada con la santa, portuguesa,
gallega (de Baiona) o italiana, según versiones, que es la del violinista. Se
cuenta que un violinista interpretó ante la imagen una pieza tan sentida que la
santa le regaló uno de sus zapatos, confeccionado en oro. Confundido con un
ladrón, el músico es condenado a muerte, manifestando entonces su deseo de
tocar de nuevo ante la sagrada imagen. Cuando lo hace, con todo el pueblo de
testigo, la santa le lanza su otro zapato, estableciendo así la inocencia del
condenado. Esta es la razón por la que a menudo se representa a Santa Librada
con un músico a su lado (vihuela o violín), descalza de un pie y con un zapato
dorado entre ambos, como es el caso de este cuadro de la capilla de San Hermenegildo.
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La Santa Librada de la iglesia del Salvador no tiene barba. |
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