Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad.

Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad y sus alrededores

sábado, 5 de diciembre de 2015

El emperador Carlos y Sevilla.

Ahora que, gracias a la televisión, se ha puesto tan de moda la persona de Carlos I de España y V de Alemania, aprovecho para escribir sobre la relación que tuvo el emperador con nuestra ciudad.
Retrato de Carlos V en su juventud.

Bernard van Orley, 1.516. Museo del Louvre.

Sevilla fue el escenario de uno de los acontecimientos más importantes de la biografía personal del monarca: su matrimonio con la princesa Isabel de Portugal, celebrado en los Reales Alcázares el 11 de marzo de 1.526. Según el cronista Alonso de Santa Cruz, “por causa de ir a visitar el Reino de Andalucía, determinó Carlos V hacer su casamiento con Isabel de Portugal en la ciudad de Sevilla”.
Reales Alcázares de Sevilla, en los que tuvo lugar el enlace.
Pero comencemos desde el principio. Cuando Carlos llega a España de su Gante natal, en 1.517, rodeado de una corte de consejeros flamencos. No conoce las costumbres ni el idioma de las tierras heredadas de sus abuelos maternos, los Reyes Católicos. Además, de sus abuelos paternos, el emperador Maximiliano I de Austria y María de Borgoña, recibe los dominios de los Habsburgo y de los maternos, los Reyes Católicos, el Imperio Español. Se convierte así en el gobernante del mayor territorio existente en la Cristiandad. Añadamos a esto que aspiraba suceder a su abuelo al frente del Sacro Imperio Romano Germánico y comprenderemos las reticencias de los diferentes gobernantes españoles hacia su nuevo monarca.
Territorios controlados por Carlos V en 1.519.
Se puede comprobar que Francia queda en una posición delicada.

   Castilla
   Aragón
   Posesiones borgoñonas
   Herencias de territorios austríacos
   Sacro Imperio Romano
En su primer y reticente encuentro con las Cortes castellanas, se le exige que respete los fueros existentes y que “hispanice” la Corte y los cargos principales. También recomiendan que se case con una princesa española, a fin de que sus descendientes lleven sangre autóctona. Lo mismo le sucede en el resto de los territorios peninsulares.
Difícil asunto este de encontrarle novia al emperador. A Carlos se le buscó pareja por varios reinos europeos. María Tudor y Luisa de Francia fueron las primeras elegidas, por motivos claramente políticos; María era hija de Enrique VIII y Catalina de Aragón, en tanto que Luisa fue la mayor de los hijos de Francisco I y Claudia de Francia. Sin embargo, la escasa edad de las doncellas (cuatro años la una y recién nacida la otra) tornó las miradas al vecino Portugal. Pesaron mucho las 900.000 doblas de oro que Juan III, el Piadoso, hijo de Manuel I de Portugal y María de Aragón, otorgó como dote de su hermana Isabel, dinero que necesitaba para continuar la guerra con Francia.
Isabel de Portugal. Tiziano, 1.548. Museo del Prado.
A su vez, Carlos entregó a su prima y futura esposa 300.000 doblas en calidad de arras, que obtuvo tras hipotecar las villas de Úbeda, Baeza y Andújar, signo de lo tiesas que estaban sus arcas.
Lo narrado nos lleva ahora a la siguiente pregunta: ¿Qué motivo impulsó a Carlos V a casarse en la ciudad de Sevilla? ¿Por qué no en Toledo, ciudad imperial, en Valladolid, capital administrativa del Reino, o en una incipiente Madrid que ya se postulaba como asentamiento definitivo del poder central? La respuesta es sencilla: su apretada agenda. Desde que llegó a tierras castellanas, Carlos lidió con levantamientos de Comuneros, Germanías y navarros. Combatió a nobles flamencos, protestantes germanos y ejércitos papales. Mantuvo continuas guerras con los ejércitos otomano y francés …  Así que aprovechó su visita a los “quatro reynos de la Andaluzia” para contraer nupcias con su prometida.
Ejecución de los Comuneros de Castilla. Antonio Gisbert, 1860.
Palacio de las Cortes, Madrid.
El 30 de enero de 1.526 Isabel comienza el viaje hacia Sevilla, ciudad en la que tendría lugar el enlace. Una comitiva enviada por Carlos y compuesta por el duque de Calabria, el arzobispo de Toledo y el duque de Béjar, fue a recibir a Isabel a la frontera de Portugal, desde donde partió hacia su destino final a través de las localidades de Almendralejo, Llerena, Guadalcanal, Cazalla, el Pedroso, Cantillana y San Jerónimo.
Arco de la Macarena, por el que ingresaron los contrayentes en la ciudad.
Y Sevilla, ciudad veleidosa como ninguna, se vuelca con la celebración. ¡Ahí es nada, una boda imperial! Colgaban tapices de las fachadas, las flores alfombraban las calles, colchas y mantos pendían de los balcones, antorchas y candiles iluminaban las calles. Se respiraba la alegría de los días señalados.
En San Lázaro fue recibida la novia por el alcalde mayor, duque de Arcos, y el asistente, don Juan de Ribera, acompañados por multitud de notables de la ciudad. Allí, doña Isabel bajó de la litera y, a lomos de una yegua blanca, atravesó el arco de la Macarena el 3 de marzo de 1.526. Bajo un palio de oro, plata, perlas y piedras preciosas (3.000 ducados que costó) recorrió las abarrotadas calles. Siete arcos triunfales jalonaban el camino: Macarena, Santa Marina, San Marcos, Santa Catalina, San Isidoro, El Salvador y la Catedral. Cinco representaban alegorías de las virtudes que deben adornar a un emperador (prudencia, fortaleza, clemencia, paz y justicia), oto dedicado a las virtudes teologales (fe) y el último  los contrayentes (gloria).
Puerta del Perdón, recién restaurada.
A su llegada a la Catedral, en la Puerta del Perdón, fue recibida por el Cabildo Catedralicio, con todo el clero formado. En el interior, Isabel oró ante el altar mayor, saliendo posteriormente en dirección al Alcázar, donde esperaría la llegada de su futuro esposo.
No menos solemne fue el recibimiento que la ciudad dispensó al emperador siete días más tarde. Tras jurar los fueros de la ciudad y recibir las llaves de la misma, entró también por la Macarena y pasó bajo los mismos arcos triunfales hasta llegar a la Catedral. En la Puerta del Perdón, ante un rico altar, el emperador juró guardar los privilegios de la Santa Iglesia. Tras el Tedeum y la oración del arzobispo, celebrados en la Capilla Mayor, Carlos llegó finalmente a los Reales Alcázares.

Bóveda del Salón de Embajadores, en el que se celebró el enlace.
En la residencia real conoció a su prometida, ya bien entrada la noche. Aconteció entrambos tal hechizo, rayano en el arrobamiento, que el emperador ordenó la celebración de la boda ¡dos horas más tarde! Malas lenguas afirmaron que lo hizo por conservar en secreto el fallecimiento de su hermana Isabel, reina de Dinamarca, y evitar así el preceptivo período de duelo. Otra versión sostiene que la causa fue adelantarse a la excomunión papal que le llegaría al día siguiente por haber ordenado la ejecución del obispo de Zamora, defensor de los comuneros.
La ceremonia tuvo lugar en el Salón de Embajadores de los Reales Alcázares, oficiada por el nuncio papal, cardenal Salviati. Los padrinos fueron el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro. Testigos del enlace, la flor y nata de las aristocracias española y portuguesa.
Imagen de la boda imperial en la serie de TVE.
Tras las nupcias, los festejos. Los súbditos disfrutaron de torneos de justas, bailes, fuegos de artificio, fiestas de toros y cañas, cucañas. Durante los dos meses siguientes no cesaron las celebraciones, para regocijo popular. Hasta el mes de mayo los emperadores estuvieron en Sevilla, desde donde partieron a Granada, donde continuarían su luna de miel.

Retrato del emperador Carlos V e Isabel de Portugal.
Copia de Rubens sobre un original de Tiziano, desaparecido en el incendio del Alcázar de Madrid en 1.734. Colección Casa de Alba, Palacio de Liria, Madrid.
Tanto Carlos como Isabel fueron afortunados en este matrimonio de conveniencia. Se amaron desde el primer minuto con pasión y fruto de ello nacieron siete hijos. Incluso al mujeriego monarca no se le conoció amante alguna durante los trece años que duró la unión. Hasta trocó de madrugar a levantarse a las once.
Retrato de Carlos V hacia 1.550. Anónimo. Rijksmuseum, Amsterdam.
No es este el único recuerdo Carlos V que quedó en Sevilla. Poseía una lujosa capa pluvial de tafetán y seda cruda, ricamente bordada con hilos de oro y plata. El escudo de la espalda de la capa representa la escena de La Coronación de la Virgen por los Ángeles, en tanto que a lo largo de la cenefa que bordea toda la capa aparecen figuras de santos y ángeles. Datada en 1.508, la lució en Aquisgrán para su coronación en 1.520. Tras la boda fue donada a la Orden de Santiago (aunque manteniendo el Cabildo su propiedad) y depositada en la iglesia del mismo nombre. Allí permaneció hasta que, tras una profunda restauración por parte del IAPH realizada entre 2.004 y 2.008, este tesoro tan desconocido se expuso para disfrute de todos en la Santa Iglesia Catedral, en el interior de una vitrina colocada ante el trascoro.
Capa pluvial de Carlos V, que lució en su coronación como emperador en Aquisgrán. Se expone junto al trascoro de la Catedral.
El último legado que dejó la boda imperial en la ciudad tuvo lugar a posteriori. Ante la responsabilidad de recibir a tan magno visitante, los gobernantes del municipio decidieron que era necesaria la construcción de un lugar en el que el cabildo civil pudiera cumplimentar de forma digna a las autoridades civiles. 
Ayuntamiento de Sevilla.
Hasta entonces, el lugar que cumplía tal función era el Corral de los Olmos, un sitio en que el cabildo municipal convivía con tabernas, tahúres, busconas y otras gentes de mal vivir. No fue posible finalizarlo antes de la boda, (la obra apenas llevaba unos meses, pero ya se había sembrado la semilla del edificio del Ayuntamiento de Sevilla. Terminaba la Edad Media; el Renacimiento había llegado para quedarse.

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