Ahora que, gracias a la televisión, se ha puesto tan de moda la
persona de Carlos I de España y V de Alemania, aprovecho para escribir sobre la
relación que tuvo el emperador con nuestra ciudad.
Retrato de Carlos V en su juventud.Bernard van Orley, 1.516. Museo del Louvre. |
Sevilla fue el escenario de uno de los acontecimientos más importantes de la biografía personal del monarca: su matrimonio con la princesa Isabel de Portugal, celebrado en los Reales Alcázares el 11 de marzo de 1.526. Según el cronista Alonso de Santa Cruz, “por causa de ir a visitar el Reino de Andalucía, determinó Carlos V hacer su casamiento con Isabel de Portugal en la ciudad de Sevilla”.
Reales Alcázares de Sevilla, en los que tuvo lugar el enlace. |
Pero comencemos desde el principio. Cuando Carlos llega a España
de su Gante natal, en 1.517, rodeado de una corte de consejeros flamencos. No
conoce las costumbres ni el idioma de las tierras heredadas de sus abuelos
maternos, los Reyes Católicos. Además, de sus abuelos paternos, el emperador
Maximiliano I de Austria y María de Borgoña, recibe los dominios de los
Habsburgo y de los maternos, los Reyes Católicos, el Imperio Español. Se
convierte así en el gobernante del mayor territorio existente en la
Cristiandad. Añadamos a esto que aspiraba suceder a su abuelo al frente del
Sacro Imperio Romano Germánico y comprenderemos las reticencias de los
diferentes gobernantes españoles hacia su nuevo monarca.
En su primer y reticente encuentro con las Cortes castellanas,
se le exige que respete los fueros existentes y que “hispanice” la Corte y los
cargos principales. También recomiendan que se case con una princesa española,
a fin de que sus descendientes lleven sangre autóctona. Lo mismo le sucede en
el resto de los territorios peninsulares.
Difícil asunto este de encontrarle novia al emperador. A Carlos
se le buscó pareja por varios reinos europeos. María Tudor y Luisa de Francia
fueron las primeras elegidas, por motivos claramente políticos; María era hija
de Enrique VIII y Catalina de Aragón, en tanto que Luisa fue la mayor de los
hijos de Francisco I y Claudia de Francia. Sin embargo, la escasa edad de las
doncellas (cuatro años la una y recién nacida la otra) tornó las miradas al
vecino Portugal. Pesaron mucho las 900.000 doblas de oro que Juan III, el
Piadoso, hijo de Manuel I de Portugal y María de Aragón, otorgó como dote de su
hermana Isabel, dinero que necesitaba para continuar la guerra con Francia.
Isabel de Portugal. Tiziano, 1.548. Museo del Prado. |
A su vez, Carlos entregó a su prima y futura esposa 300.000
doblas en calidad de arras, que obtuvo tras hipotecar las villas de Úbeda,
Baeza y Andújar, signo de lo tiesas que estaban sus arcas.
Lo narrado nos lleva ahora a la siguiente pregunta: ¿Qué motivo
impulsó a Carlos V a casarse en la ciudad de Sevilla? ¿Por qué no en Toledo,
ciudad imperial, en Valladolid, capital administrativa del Reino, o en una
incipiente Madrid que ya se postulaba como asentamiento definitivo del poder
central? La respuesta es sencilla: su apretada agenda. Desde que llegó a
tierras castellanas, Carlos lidió con levantamientos de Comuneros, Germanías y
navarros. Combatió a nobles flamencos, protestantes germanos y ejércitos
papales. Mantuvo continuas guerras con los ejércitos otomano y francés … Así que aprovechó su visita a los “quatro
reynos de la Andaluzia” para contraer nupcias con su prometida.
Ejecución de los Comuneros de Castilla. Antonio Gisbert, 1860. Palacio de las Cortes, Madrid. |
El 30 de enero de 1.526 Isabel comienza el viaje hacia Sevilla,
ciudad en la que tendría lugar el enlace. Una comitiva enviada por Carlos y
compuesta por el duque de Calabria, el arzobispo de Toledo y el duque de Béjar,
fue a recibir a Isabel a la frontera de Portugal, desde donde partió hacia su
destino final a través de las localidades de Almendralejo, Llerena,
Guadalcanal, Cazalla, el Pedroso, Cantillana y San Jerónimo.
Arco de la Macarena, por el que ingresaron los contrayentes en la ciudad. |
Y Sevilla, ciudad veleidosa como ninguna, se vuelca con la celebración.
¡Ahí es nada, una boda imperial! Colgaban tapices de las fachadas, las flores
alfombraban las calles, colchas y mantos pendían de los balcones, antorchas y
candiles iluminaban las calles. Se respiraba la alegría de los días señalados.
En San Lázaro fue recibida la novia por el alcalde mayor, duque
de Arcos, y el asistente, don Juan de Ribera, acompañados por multitud de
notables de la ciudad. Allí, doña Isabel bajó de la litera y, a lomos de una
yegua blanca, atravesó el arco de la Macarena el 3 de marzo de 1.526. Bajo un
palio de oro, plata, perlas y piedras preciosas (3.000 ducados que costó) recorrió
las abarrotadas calles. Siete arcos triunfales jalonaban el camino: Macarena,
Santa Marina, San Marcos, Santa Catalina, San Isidoro, El Salvador y la
Catedral. Cinco representaban alegorías de las virtudes que deben adornar a un emperador (prudencia, fortaleza, clemencia, paz y justicia), oto dedicado a las virtudes teologales (fe) y el último los contrayentes (gloria).
Puerta del Perdón, recién restaurada. |
A su llegada a la Catedral, en la Puerta del Perdón, fue
recibida por el Cabildo Catedralicio, con todo el clero formado. En el interior,
Isabel oró ante el altar mayor, saliendo posteriormente en dirección al Alcázar,
donde esperaría la llegada de su futuro esposo.
No menos solemne fue el recibimiento que la ciudad dispensó al emperador
siete días más tarde. Tras jurar los fueros de la ciudad y recibir las llaves
de la misma, entró también por la Macarena y pasó bajo los mismos arcos
triunfales hasta llegar a la Catedral. En la Puerta del Perdón, ante un rico
altar, el emperador juró guardar los privilegios de la Santa Iglesia. Tras el
Tedeum y la oración del arzobispo, celebrados en la Capilla Mayor, Carlos llegó
finalmente a los Reales Alcázares.
Bóveda del Salón de Embajadores, en el que se celebró el enlace. |
En la residencia real conoció a su prometida, ya bien entrada la
noche. Aconteció entrambos tal hechizo, rayano en el arrobamiento, que el
emperador ordenó la celebración de la boda ¡dos horas más tarde! Malas lenguas
afirmaron que lo hizo por conservar en secreto el fallecimiento de su hermana
Isabel, reina de Dinamarca, y evitar así el preceptivo período de duelo. Otra
versión sostiene que la causa fue adelantarse a la excomunión papal que le
llegaría al día siguiente por haber ordenado la ejecución del obispo de Zamora,
defensor de los comuneros.
La ceremonia tuvo lugar en el Salón de Embajadores de los Reales
Alcázares, oficiada por el nuncio papal, cardenal Salviati. Los padrinos fueron
el duque de Calabria y la condesa de Odenura y Faro. Testigos del enlace,
la flor y nata de las aristocracias española y portuguesa.
Imagen de la boda imperial en la serie de TVE. |
Tanto Carlos como Isabel fueron afortunados en este matrimonio
de conveniencia. Se amaron desde el primer minuto con pasión y fruto de ello
nacieron siete hijos. Incluso al mujeriego monarca no se le conoció amante
alguna durante los trece años que duró la unión. Hasta trocó de madrugar a
levantarse a las once.
Retrato de Carlos V hacia 1.550. Anónimo. Rijksmuseum, Amsterdam. |
No es este el único recuerdo Carlos V que quedó en Sevilla.
Poseía una lujosa capa pluvial de tafetán y seda cruda, ricamente bordada con
hilos de oro y plata. El escudo de la espalda de la capa representa la escena
de La Coronación de la Virgen por los Ángeles, en tanto que a lo largo de
la cenefa que bordea toda la capa aparecen figuras de santos y ángeles. Datada
en 1.508, la lució en Aquisgrán para su coronación en 1.520. Tras la boda fue
donada a la Orden de Santiago (aunque manteniendo el Cabildo su propiedad) y
depositada en la iglesia del mismo nombre. Allí permaneció hasta que, tras una
profunda restauración por parte del IAPH realizada entre 2.004 y 2.008, este
tesoro tan desconocido se expuso para disfrute de todos en la Santa Iglesia
Catedral, en el interior de una vitrina colocada ante el trascoro.
Capa pluvial de Carlos V, que lució en su coronación como emperador en Aquisgrán. Se expone junto al trascoro de la Catedral. |
El último legado que dejó la boda imperial en la ciudad tuvo
lugar a posteriori. Ante la responsabilidad de recibir a tan magno visitante,
los gobernantes del municipio decidieron que era necesaria la construcción de
un lugar en el que el cabildo civil pudiera cumplimentar de forma digna a las
autoridades civiles.
Ayuntamiento de Sevilla. |
Hasta entonces, el lugar que cumplía tal función era el Corral de los Olmos, un sitio en que el cabildo municipal convivía con tabernas, tahúres, busconas y otras gentes de mal vivir. No fue posible finalizarlo antes de la boda, (la obra apenas llevaba unos meses, pero
ya se había sembrado la semilla del edificio del Ayuntamiento de
Sevilla. Terminaba la Edad Media; el Renacimiento había llegado para quedarse.
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