En 1.699, doña Lucía de Medina cede a la Compañía para construcción de un noviciado con su correspondiente iglesia la que fuera casa de los Enríquez de Ribera, con la condición de que el templo se consagrara a san Luis, rey de Francia, y que ella fuese enterrada en su Capilla Mayor.
Sus obras comienzan en el año 1.699 y son inauguradas por el arzobispo Salcedo y Azcona en 1.731, en el llamado "Lustro Real", unos años en los que Felipe V instala su Corte en Sevilla.
El noviciado se mantuvo en funcionamiento hasta 1.767, fecha en que la Compañía es expulsada por Real Orden de Carlos III. Luego fue destinado a seminario clerical; y en 1.784 los Padres Franciscanos Descalzos se hicieron cargo del templo como hospicio para acoger a religiosos ancianos. Restaurado el rey Fernando VII, vuelven los jesuitas en 1.817, permaneciendo en el edificio hasta 1.835, en que la desamortización de Mendizábal les obligó al abandono definitivo.
Desde entonces, el inmueble tuvo diversos usos, desde fábrica a hospicio, hasta que sobre 1.960 se cerró definitivamente, cayendo en progresiva ruina.
En 1.984 se inició la restauración del conjunto que finalizaría en 1990. Pertenece a la Diputación Provincial de Sevilla y en ella no se realiza ningún tipo de culto religioso, sino que se utiliza fundamentalmente para exposiciones, conciertos y representaciones teatrales. En la actualidad se llevan a cabo nuevas obras de restauración tanto en la iglesia como en la capilla doméstica del noviciado, cuya finalización está prevista en julio de 2.012.
Otros notables arquitectos intervinieron también en la ejecución de esta iglesia, como Antonio Matías de Figueroa, hijo del anterior, y Diego Antonio Díaz.
Presenta planta rectangular con cruz griega precedida de atrio, espacios barrocos con retablos, yeserías policromadas y columnas salomónicas alzadas con una gran cúpula de 13,5 metros de diámetro situada en el crucero sobre tambor circular, con grandes ventanales y vidrieras típicas del barroco sevillano.
El mobiliario del templo consiste en 7 retablos de Pedro Duque Cornejo que se instalan en las hornacinas. Es una extraordinaria colección de retablos del momento más brillante del barroco sevillano. La iconografía de los retablos y esculturas tenía por objeto presentar a los novicios un catálogo visual de sus maestros jesuitas en la perfección religiosa.
El Retablo Mayor fue concebido con el objetivo fijar el eje de oración Este-Oeste. Es obra del escultor Pedro Duque Cornejo y se fecha en 1.730, y en él se muestra la versatilidad del artista, que combina con facilidad y maestría la rica colección de cuadros de distintos formatos con espejos, relicarios y cortinajes.
Está presidido en su calle central por un lienzo de San Luis de la escuela de Zurbarán, una preciosa Inmaculada de Duque Cornejo y un cuadro de la Virgen con el Niño de estilo manierista y autor anónimo que debió realizarse a finales del siglo XVI.
En los cuatro machones que soportan la cúpula se sitúan otros tantos retablos dedicados a San Francisco Javier (en el momento de su muerte), San Ignacio de Loyola (arrodillado en el episodio de la cueva de Manresa), San Juan Francisco de Regis y San Luis Gonzaga. Sobre los cuatro retablos de los ángulos se disponen dos series de cuatro tribunas con celosías de madera dorada, angelitos de escultura, pinturas y antepechos de singular diseño.
En el tambor de la cúpula, flanqueando las ventanas, se han colocado una serie de esculturas de santos fundadores y de virtudes, muy próximas al estilo de Duque Cornejo.
En el espacio del coro, en su lateral derecho, existe un órgano pequeño, de diseño neoclásico que se encuentra abandonado desde hace muchos años. Es un instrumento romántico, construido a principios del siglo XIX.
La iglesia posee siete rejas de altar de un diseño florido que se repite en todas por igual, excepto en el Altar Mayor, que es singular. Las rejas tienen un ingenioso sistema de apertura plegada que permite que se recojan en los laterales, dejando los altares francos.
Todos los frentes de altar están decorados con un gran conjunto de reliquias de santos, enmarcadas en flores secas. Cubriendo el frente del altar mayor se encuentra un revestimiento de cuero repujado, pintado y dorado que es una variante de cordobán llamado “Guadamecí”.
El templo cuenta con un total de diez tribunas, de un complejo diseño. Su función era observar las ceremonias barrocas por los novicios sin ser vistos. Su plasticidad contribuye extraordinariamente a la configuración del espacio interior del templo.
El conjunto de puertas es extraordinario, con elementos muy variados procedentes, todos ellos, del siglo XVIII. Están construidas, en su mayoría, con peinacería moldurada. La ornamentación se basa en combinaciones múltiples de tipo mudéjar. Algunas desarrollan tipos decorativos sobre estrellas que desarrollan combinaciones puramente geométricas, de gran calidad.
El edificio tiene un conjunto de pilas de agua que demuestran claramente su función. La pila más importante, artísticamente hablando, se encuentra en la Sacristía izquierda y es una hermosa composición en mármoles rojo, negro y blanco.
Un amplio programa iconográfico de exaltación jesuítica cubre por completo los muros y la cúpula de la iglesia, donde dejan parte de su mejor trabajo profesional pintores de la talla de Lucas Valdés y Domingo Martínez, así como el escultor Pedro Duque Cornejo.
La estrechez de la calle en el lugar en que está situada la iglesia nos priva de contemplar la fachada en toda su magnificencia. Es un edificio que pide a gritos un emplazamiento más despejado, en el que se pueda admirar sus muchas virtudes artísticas en todo su esplendor.
La fachada se levanta en dos cuerpos de altura: uno, porticado con cinco vanos que alternan el ritmo de arco y dintel, que se corresponden en el segundo cuerpo con ventanales decorados con frontón alterno curvo y recto. Una balaustrada corona el frente, interrumpida por frontón con ángeles con el escudo real. Dos torres de planta octogonal cierran la fachada, centrando entre ellas el potente volumen de la cúpula, revestida como aquéllas con azulejos y tejas en blanco y azul. Elemento importante de esta fachada es la admirable labor decorativa tallada en ladrillo que refuerza con intensidad sus elementos, en los que se muestra la impronta característica de Leonardo de Figueroa.
La Iglesia de San Luis de los Franceses de Sevilla está catalogada Bien de Interés Cultural en la categoría de Monumento desde 1.946.
En las labores de rehabilitación que se llevan a cabo en estos momentos por el arquitecto Fernando Mendoza, premio Nacional de Restauración por el rescate de la Basílica del Salvador, se ha descubierto hace pocos días (15 de febrero de 2.011) algo que ya se sospechaba: la iglesia de San Luis se alza sobre lo que antiguamente fue un palacio mudéjar, como demuestran los restos aparecidos en la Capilla Doméstica.
La cripta, que se prevé usar como museo cerámico, ha reparado también otros secretos: más de doscientos restos de cadáveres, la mayoría de ellos en osarios, y otros sobre el piso, apenas cubiertos por un lienzo sin caja mortuoria. Los hay tanto de hombres (presumiblemente jesuitas y novicios) como de mujeres (probablemente monjas) y también de niños, e incluso algún feto.
La obra se asienta en lo que hace dos siglos y hasta hace no demasiado tiempo era un antiguo convento-hospicio llamado de San Luis o los Luises, que ocupaba toda la manzana y en las que más de una pequeña vida dejó la misma y no precisamente provocado por el infortunio... El lugar y sus aledaños siempre ha tenido en Sevilla la vitola de estar encantado o contaminados por fantasmas.
De hecho, puedo aportar mi testimonio personal. De niño solía ir andando de mi casa, en la calle Sol a casa de mi abuela, en la calle Relator. El camino me hacía pasar obligatoriamente por tres iglesias cerradas y en ruinas: san Marcos, Santa Marina y San Luis. En el paso por San Marcos no había problema, al pasar por Santa Marina ya comenzaba a notar un cosquilleo en el estómago: el paso por la Iglesia de San Luis siempre era por la acera de enfrente, corriendo y mirando hacia abajo. Durante aquellos años jamás tuve valor ni de mirar la fachada del edificio.
Famosas fueron las visitas que durante la década de los ochenta hizo el investigador José Luis Hermida junto a Daniel Ortiz a las criptas cercanas bajo el subsuelo de la iglesia de San Luis y la también próxima de El Valle. Se obtuvieron bastantes psicofonías, en cuyo análisis participan los miembros y expertos del SEIP (Sociedad Española de Investigaciones Parapsicológicas) Pedro Amorós y Pedro Fernández. ¿Existieron indicios o pruebas de fantasmas en este lugar? Se registraron fotografías y se hicieron pruebas psicofónicas bajo la iglesia pero sólo se tuvo certeza de extraños y anormales ruidos que allí se producían; sin embargo, en el exterior, en la obra, la actividad paranormal era mayor y más atrevida como hemos comprobado.
Los primeros en notar que algo extraño ocurría en el solar fueron los perros que al principio habitaban guardando la obra (me refiero a la primera rehabilitación, la que comenzó en 1.984); éstos se quedaban en actitud defensiva mirando fijamente un punto y terriblemente agresivos, como si estuvieran viendo algo … donde aparentemente no había nada.
Poco tiempo después comenzaron a manifestarse todo tipo de fenómenos anormales: "Fue increíble, las herramientas se movían solas e incluso la máquina se accionaba y apagaba sola, el ambiente era muy extraño y estaba muy cargado y todos los compañeros y yo mismo notábamos una extraña presencia en la obra, como si nos siguieran, miraban o acompañaban, era algo aterrador, una sensación muy extraña e incómoda..." (Testimonio de Miguel González).
"Estando en la obra antes de comenzar la jornada nos dimos cuenta de que todas las herramientas estaban apiladas formando una especie de montañita. Pensamos, la primera vez, que se trataba de una broma o una gamberrada pero ocurría todas las noches y los de seguridad ni se enteraban, algo raro estaba pasando allí y nadie sabía nada aunque todos pensábamos que era algo fantasmal pero, por miedo, nadie se atrevía a decirlo... el pensarlo o recordarlo me pone los pelos de punta; allí yo no vuelvo..." (Testimonio de Rafael Díaz).
Varios vigilantes de la obra dieron testimonio de nuevos hechos inexplicables: seres traslúcidos, pisadas que se formaban ante los ojos de los testigos como si caminara una persona invisible ante ellos, herramientas colgadas de la pluma de la grúa, a quince metros de altura que aparecían en un montón en el suelo y luego se movían solas, voces que llamaban a los testigos por su nombre, súbitas bajadas de temperatura, golpecitos en el hombro sin que, al volverse, se viera a nadie. En fin una serie de fenómenos que provocaron que nadie quisiera trabajar allí.
Normalmente, en los lugares donde suceden este tipo de actividades suele haber ocurrido algún o algunos hechos luctuosos que “infestan” el lugar. En el caso de la calle San Luis son numerosos. Aparte del hecho de que la iglesia se usara como orfanato durante muchos años (con lo que de sufrimiento conlleva un lugar así), en los años ochenta, durante la primera restauración del edificio, se descubrieron los cadáveres de seis personas en el mismo asentamiento y de la misma época; lugar que había sido utilizado como lugar de enterramiento de aquella familia y junto a la cual y en latín rezaba una tablilla con la siguiente leyenda:"No turbar la paz de este lugar".
En la década de los noventa tuvieron lugar tres suicidios en la calle, uno de ellos especialmente cruento, el de Manuel Cantelar, hombre callado y taciturno que un buen día afiló su viejo machete, lo apuntó contra su pecho y echó a correr contra el muro de la iglesia, provocando el choque que el cuchillo le partiera el corazón. El acto fue muy comentado en el barrio, dejando una impronta de miedo y dolor ante lo que una persona puede hacer por desesperación.
Más tarde se encontró el "cadáver del baúl”. Apareció precisamente en esta misma calle y muy cerca de la iglesia. Un buen día un acaudalado y afeminado representante de comercio se marchó (o al menos éso se supuso) a uno de sus habituales viajes de trabajo. Sus vecinos al ver que el tiempo pasaba y no aparecía se alarmaron y avisaron a la Policía. Cuando las fuerzas del orden se personaron en el inmueble y una vez registrado no hallaron nada anormal: la casa estaba en orden y recogida, la ropa en su sitio perfectamente ordenada y colocada y parecía que su morador realmente estaba de viaje. Cuando ya se marchaban de la vivienda, uno de los policías observó un viejo baúl; al intentar moverlo comprobó que su peso era excesivo y, al abrirlo, apareció el cadáver, ya en avanzado estado de descomposición, de Pelayo Roldán, el desaparecido viajante. La fantasía popular hizo de Pelayo un nuevo fantasma que explicaba las apariciones de la calle San Luis.
Pocos años después, un súbdito francés fue tiroteado en el lugar, sin motivo aparente, sin causa justificada y sin mediar palabra o robo, las balas acabaron con su vida...una nueva vida que se cobraba la leyenda negra del lugar.
A partir de 1.990, año en que terminó la primera restauración, la zona dedicada a hospicio fue adaptada para que el CAT (Centro Andaluz de Teatro) ensayara y representara sus obras. No sé si sería por el aumento de actividad o porque había más testigos, pero el caso es que los fenómenos anormales se multiplicaron: ruidos extraños, luces y cuerpos luminosos que se mueven por el recinto, olas de frío, alaridos y extrañas apariciones y desapariciones de objetos. Hay zonas, sobre todo dos, con más actividad que otras; la primera corresponde a un pasillo en forma de “L” de unos doce metros de largo en el cual existe una entrada en forma de saliente a la cripta cerrada por una puerta de madera franqueada y una sólida verja de hierro. La segunda zona “caliente” la encontramos en los pasadizos existentes entre las taquillas o vestuarios que se comunican con el patio o aula de interpretación.
Según vecinos de la zona, hace cincuenta años "los niños ya jugaban en la zona a cazar a las brujas, ya que los ruidos y los comentarios sobre fantasmas y aparecidos eran diarios".
Ni idea de estas historias de fantasmas. Pero recuerdo la sensación de horror e inquietud la primera vez que pasé por delante de la iglesia, en los años ochenta, cuando estudiaba en Sevilla. Lo he comentado muchas veces, San Luis me daba miedo. Lo he atribuido siempre a la desproporción de una mole tan grande en una calle estrecha. Es como si se viniera encima, como si te acosara. Todas las demás veces que he pasado por allí me he sentido desasosegado.
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