Hay calles o plazas cuya mención asociamos instintivamente a la ciudad en que se encuentran. Así, Londres tiene su
Trafalgar Square, París los Campos Elíseos, Roma la Vía Veneto, y Sevilla, la
calle Sierpes.
Entrada a la calle Sierpes desde La Campana. |
¿Y por qué se produce tan
estrecha relación? En el caso de Sevilla ha sido posible gracias a la
contribución de los múltiples autores que, desde el siglo XVI en adelante, se han
referido a ella en sus obras. La ciudad más importante de la España del Siglo de Oro tenía numerosos corrales de comedias, en los que se representaban prácticamente
todas las obras escritas por los mejores autores: Lope de Rueda, Lope de Vega,
Calderón de la Barca, Tirso de Molina.
El otro extremo de la calle, que desemboca en la Plaza de San Francisco. Al fondo, el edificio del Banco de España. |
Entre todos
ellos, destaca el mismísimo Miguel de Cervantes, quien sitúa la acción de muchos de sus escritos
(sobre todo de las Novelas Ejemplares) en las calles de nuestra ciudad, que tan
bien conocía, pues incluso había estado preso en su antigua cárcel. No hay más
que darse una vuelta por las calles del centro para ver numerosos azulejos
que recuerdan que, en tal o cual novela de don Miguel, se nombra ese lugar concretamente;
es lo que los sevillanos llamamos con guasa El Vía Crucis Cervantino.
Una de las estaciones del Vía Crucis Cervantino. |
Durante el Siglo
de Oro era calle en la que abundaban personajes de toda calaña (tahúres,
fulleros, robabolsas, estafadores) quienes, ansiosos esperaban a los enriquecidos incautos que volvían de Indias con ganas de jarana
o a los no menos inocentes que acudían a Sevilla desde toda Europa para comprar
las mercancías procedentes del Nuevo Mundo. Ya se sabe que el dinero ganado con
facilidad llama a toda clase de vicios. (Cervantes cita en su comedia El rufián dichoso a un francés jorobado,
Pierre Papin, que poseía en dicha calle una tienda de naipes).
Hasta no hace
mucho tiempo, por la calle Sierpes discurría un brazo del Guadalquivir que provenía
desde el Arenal por la calle García de Vinuesa (antigua calle del Mar) y, a
través de la calle Trajano, llegaba hasta la Alameda de Hércules. En este lugar, el más bajo
de los alrededores, terminaba dicho brazo formando una laguna a la que se
arrojaban basuras, desperdicios diversos e incluso animales muertos.
En las márgenes
de este pequeño curso de agua, más concretamente en el tramo comprendido entre la calle Rioja (antigua de los Perros) y La Campana, se levantaron tres conventos en los siglos XVI y XVII: de la Consolación (religiosas Mínimas, situado en lo que durante muchos años fue el cine Llorens), de San Acacio (Agustinos Calzados, en la esquina de la calle Caravaca) y de Santa María de Pasión (religiosas Dominicas, esquina de calle Azofaifo). Desgraciadamente, todos ellos desaparecieron durante el siglo XIX que tan dañino fue con el patrimonio sevillano tras sufrir la invasión francesa, las desamortizaciones y, finalmente, la revolución de La Gloriosa.
Tan solo se conserva el claustro, muy modificado, del convento de San Acacio, en lo que es actualmente el Real Círculo de Labradores.
Claustro del convento de San Acacio, actual sede del Real Círculo de Labradores. (Cortesía de culturadesevilla.blogspot.com). |
Desde la
reconquista cristiana de la ciudad hasta el siglo XV, la calle Sierpes fue conocida como calle de
Espaderos, por la multitud de establecimientos dedicados a este menester. A
partir de dicho siglo, y por motivo desconocido, comenzó a llamársele calle de la Sierpe primero, calle de
las Sierpes más tarde y, finalmente, calle Sierpes.
Una imagen tomada desde la Plaza de San Francisco. |
Otra vista de la calle. |
Algunos autores consideran como origen de tal nombre la serpenteante forma que tenía; otros consideran que el apelativo proviene de la Cruz de la Cerrajería (ubicada hoy día en la plaza de Santa Cruz), que estuvo instalada hasta 1.840 en la confluencia de las calles Rioja y Sierpes, debido a los adornos con forma de serpiente que la enriquecían. Otros afirman que se le dio dicho nombre por situarse en ella la residencia de un caballero llamado don Álvaro Gil de las Sierpes. También hay constancia de una taberna llamada de la Sierpe.
Imágenes de la Cruz de la Cerrajería, situada antiguamente en la confluencia de las calles Sierpes y Rioja. |
Sin embargo, la
versión más conocida, supongo que por lo que tiene de romántica, es la que
narro a continuación:
Terminaba ya el siglo XV cuando en los
alrededores de la calle de Espaderos comenzaron a desaparecer niños de corta
edad misteriosamente. No se descubrió rastro alguno, ni los sucesos tenían lugar
a hora determinada. Como la cosa continuaba y los pequeños seguían
esfumándose, ya fuese de día o de noche, se le comunicaron los sucesos al Comendador de
León, Alfonso de Cárdenas, regente de la ciudad durante aquella época.
Unos días después se recibe un recado de un
hombre, que no quiso identificarse y que prometía la captura del culpable y la
aclaración de las sorprendentes desapariciones, si se cumplía una sola
condición que comunicaría tras entregar al culpable. El Comendador aceptó la
petición y envía a su escribano con el fin de formalizar la petición.
Entonces se descubre que el anónimo informante es
Melchor de Quintana y Argüeso, un Bachiller de Letras por la Universidad de Osuna
(en aquella época tercera de España tras Salamanca y Sevilla), preso en la Cárcel
Real situada en la calle de la que hablamos, por participar en una rebelión
contra el rey inspirada por el duque de Arcos. Allí, en prisión, el preso
cuenta al escribano los hechos que le llevaron a dar con el secuestrador.
El de Quintana había excavado un túnel, con el
fin de huir de su cautiverio, que le llevó a unas galerías subterráneas que databan de
épocas romanas y musulmanas. Dio con ellas por casualidad, pero no dudó en
aprovechar lo que había descubierto para escapar de allí.
En su recorrido, se topó con el ladrón de niños a
quien, aseguró, dio muerte, y luego regresó a la cárcel. Con esta
declaración, tan solo fue necesario guiar al Comendador y su grupo de hombres
al lugar donde se encontraba el culpable, ya muerto.
Y, efectivamente, encontraron al raptor,
con una daga clavada hasta el puño, así como los
restos de huesos humanos a su lado que le señalaban como responsable. El asesino
era una enorme serpiente, cuyo tamaño era del grosor de un hombre, que luego fue
expuesta al público en la calle Espaderos, la cual, a partir de entonces, fue también
conocida como “Calle de la Sierpe“. De todos los barrios y pueblos vecinos venían
las gentes a verla y, de tanto nombrarla, perduró el actual título de “Calle de
la Sierpe ”.
El autor del heroico hecho comunicó su petición,
que no era otra que obtener la libertad, siéndole concedida inmediatamente. Se
afincó en la ciudad y llegó a casarse con la hija del Comendador Cárdenas.
Esta leyenda, muy
extendida en su tiempo por casi toda Europa (recordemos el Lagarto de Granada,
sin ir más lejos), es, como se recoge en el diario ABC de 10 de julio de 1.983,
un fiel reflejo de las luchas contra dragones, serpientes y otros reptiles
gigantes, muy características de los siglos XII al XV. En efecto, comprobamos
que aparecen las pautas típicas de dichos mitos:
► Existencia de un
reptil de grandes proporciones.
► Su guarida se
encuentra en el subsuelo.
► El monstruo se
alimenta de personas y/o animales.
► El valiente justiciero
es siempre un preso, consiguiendo de esa forma su libertad.
► La muerte del
animal se consigue con las propias armas del matador.
En la esquina de
la calle Sierpes con la plaza de San Francisco, donde hoy se levantan las
oficinas centrales de Cajasol, estuvo la Cárcel Real de Sevilla, que conservaría dicho uso
entre los siglos XVI y XIX. Allí permaneció preso durante tres meses, en 1.597,
Miguel de Cervantes. Y, si hacemos caso del prólogo del Quijote, donde dice que
el personaje “se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su
asiento y donde todo triste ruido hace su habitación”, no es absurdo imaginar
que Cervantes comenzara a idear su obra maestra precisamente allí. Otros
personajes ilustres, “huéspedes” del local, fueron Bartolomé Morel (fundidor del
Giraldillo), Mateo Alemán, Alonso Cano y Martínez Montañés.
En este azulejo se recuerda la situación en la calle de la Cárcel Real. |
En el otro
extremo de la calle, cerca de la
Campana , tuvo su residencia en el siglo XVI Nicolás Monardes.
Médico y botánico, fue uno de los primeros europeos en estudiar las plantas que
comenzaban a llegar de la
América recién descubierta. Monardes siembra algunas de esas
plantas en el huerto y azoteas de la casa, siendo el primer lugar del viejo mundo
donde se cultivan tomates, tabaco o patatas, entre otros muchas especies.
Azulejo en recuerdo de Nicolás Monardes. |
Desde el 31 de
agosto de 1.991 la calle Sierpes está hermanada con una calle de Düsseldorf
(Alemania), llamada Schadowstraße (calle de las Sombras), hecho recogido en un
azulejo instalado en el año 1.992.
Schadowstrasse se llama así en honor a un pintor alemán "Von Schadow"
ResponderEliminarSi mal no recuerdo, ese azulejo está o estaba frente a Ochoa. Justo en la relojería que hay de esquina.
ResponderEliminarEl azulejo se encuentra en la fachada de la casa donde esta "Cerámicas Aracena". Justo en frente de la calle Cerrajería.
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