Según refleja Ortiz de Zúñiga en sus Annales
Eclesiásticos y Seculares..., en 1.556 nació en Sevilla Juan Ramírez
Bustamante, en el seno de una familia hidalga, aunque de pocos haberes. Persona
decidida y aventurera, se hizo piloto y participó en numerosísimos viajes de
ida y vuelta al Nuevo Mundo, enfrentándose tanto a piratas como a tempestades,
formando parte igualmente de expediciones que descubrieron multitud de islas y
archipiélagos ignorados por los mares de Oriente. Hombre de gran inteligencia,
se dice que llegó a dominar siete lenguas de indios.
Cansado de tanto ir y
venir y de tanta lucha, se retiró a su ciudad natal a los cuarenta años,
obteniendo el título de piloto mayor de la Carrera de Indias, que le permitía
disfrutar de seis meses en tierra por cada año de navegación. Se casó, enviudó,
se volvió a casar y así hasta cinco veces, llegando a juntar cincuenta y un
hijos con sus apellidos: cuarenta y uno legítimos y diez “de ganancia”o “en
buena lid”, es decir, fuera del matrimonio, como se solía consentir en la
época.
Ya con sesenta años
abandonó el mar y se dedicó, durante veinticinco años más, a la enseñanza de
Matemáticas y Astronomía en la Universidad de Mareantes, ubicada en aquella
época en la calle Betis.
Antigua Universidad de Mareantes, en la calle Betis. Fotos cortesía de |
Jubilado de la enseñanza,
se entretenía con la confección de dibujos topográficos, que alternaba con la
lectura de textos bíblicos y obras de los Santos Padres de la Iglesia. Como
consecuencia de estas lecturas, comenzó a estudiar la carrera de sacerdote, con
sus cuatro años de Humanidades y sus tres de Teología, consiguiendo ordenarse
sacerdote ¡a los noventa y nueve años de edad!
No contento con ello, al
día siguiente de su ordenación se presentó ante el arzobispo de Sevilla quien,
por la fecha, debería ser el dominico fray Pedro de Tapia, para solicitar
destino. Su Ilustrísima estaba maravillado por la constancia y la energía del
nuevo sacerdote, pero no por ello cedió a su petición; consideraba que era
demasiado mayor para un destino tan trabajoso.
No cedió en su empeño el
buen Ramírez que, ni corto ni perezoso, escribió una carta al propio rey
don Felipe IV. En la Corte, la misiva causó asombro por estar firmada por un
anciano de tanta edad y con una hoja de servicios tan brillante, hasta el punto
de que el rey exhortó al arzobispo a que atendiera las pretensiones de Juan
Ramírez.
Felipe IV, Rey de España, Portugal, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, Duque de Milán, Soberano de los Países Bajos y conde de Borgoña. Óleo de Diego Velázquez, Museo del Prado. |
De nuevo en el Palacio
Arzobispal, el impenitente viejo volvió a sorprender a su Ilustrísima al
pedirle la parroquia de San Lorenzo, que tenía fama de atender a los feligreses
más complicados de Sevilla: caldereros, curtidores, tahúres, prostitutas y pícaros
de todo tipo.
Finalmente accedió el
Arzobispo en la creencia de que enviaba al pobre hombre a la muerte y
convencido de que no superaría el primer invierno en San Lorenzo, con sus
paredes húmedas, sus puertas enfrentadas y sus techos altísimos.
Puerta este de la iglesia de San Lorenzo. |
Se equivocaba. Juan
Ramírez Bustamante ejerció su labor durante veintidós años en la parroquia de
San Lorenzo. Y no murió de viejo, ni por enfermedad alguna, sino por accidente.
Al parecer, al circular por una pasarela que cruzaba la calle de Las Palmas, hoy
Jesús del Gran Poder, cedió uno de los peldaños (el sacerdote era hombre
de buen comer y de buen beber y por tanto de gran porte), cayendo de mala manera
y desnucándose. Era el año de 1.678 y nuestro protagonista contaba con ciento
veintiún años. Sus restos fueron sepultados en la Capilla Sacramental de la iglesia de San Lorenzo.
¡Qué fuerte! Total que el hombre vivió 121 años, madre mía...
ResponderEliminarY lo más curioso es que murió de accidente y no por enfermedad o por la edad.
ResponderEliminar¡Jolín, este hombre, era muy capaz encontrarse en un tiroteo, y el colmo, morir apuñalado!
ResponderEliminarConocía la historia, pero una vez más, lo has ampliado y he aprendido más.
Gracias.
Un abrazo.