En 1.472, doña Isabel Ruiz de Esquivel, viuda del alcalde mayor de Sevilla, Juan Sánchez de Huete, funda un convento de la Orden Dominica en unas casas próximas a la Puerta de Triana. Las frecuentes inundaciones del Guadalquivir en la zona provocan numerosos daños en el edificio, hasta que la riada de 1.495 lo deja en completa ruina.
Acuden las monjas a la reina Isabel en busca de ayuda y la obtienen, ya que la soberana siente por las religiosas un profundo afecto por haberse alojado en su convento durante sus visitas a la ciudad. Les concede, pues, una manzana de casas frente a la iglesia de san Nicolás, antigua propiedad de una familia judía (recordemos que los judíos habían sido expulsados de España tres años antes). La finca comprendía una serie de casas y una sinagoga, que se adaptó como iglesia cristiana. El nuevo convento se funda en 1.496, si bien su construcción aún tardó tres cuartos de siglo en completarse.
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Fachada del convento visto desde la iglesia de san Nicolás. |
Terminada la obra, quedaba la tarea de ornamentación. Con la aportación de importantes familias de la época se compraron retablos, pinturas, esculturas y orfebrería que permitieron afirmar que, en 1.598, el convento estaba totalmente construido y vestido. La primera consecuencia de tanto gasto fue la ruina de la comunidad, que se vio obligada a recurrir al recién nombrado rey Felipe III para obtener bienes y privilegios que le permitieran seguir adelante. Obtenidos éstos, el convento vivió su época de máximo esplendor; numerosas familias adineradas enviaron hijas y nietas para profesar la fe cristiana en sus claustros (tres biznietas de Cristóbal Colón) o sufragaron obras para ser enterrados en el interior de la iglesia. La que más contribuyó fue la viuda de Hernán Cortés, doña Juana de Zúñiga, patrona de la Capilla Mayor, donde está sepultada junto a sus hijas Juana y Catalina y su nuera, Ana de Arellano. Otros donantes fueron los Venegas, los Neve o incluso Bartolomé Esteban Murillo, que donó una esclava morisca para servicio de su hija, religiosa del convento. Es de señalar que en estas épocas había monjas “de primera” y monjas “de segunda”. Las primeras, de familias nobles o acomodadas, podían tener bienes propios, exenciones de oficios litúrgicos e incluso, como es el caso de la hija de Murillo, esclavos a su servicio. A menudo entraban en conventos para huir de matrimonios concertados o como signo de posición social. Las demás monjas eran tal como hoy las conocemos, laboriosas y con respeto a todos los rezos diarios.
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Detalles de la zona judía del muro. |
La buena época terminó abruptamente en 1.835-36 con las desamortizaciones y en 1.868 con la revolución Gloriosa. Las hermanas perdieron tierras, rentas y, finalmente, el edificio, teniendo que trasladarse al convento de san Clemente durante nueve años. Devuelto el edificio, se encuentran con un lugar desolado, del que habían desaparecido hasta los azulejos, habiéndose reducido además su tamaño, pues una parte fue destinada a otros usos (un hotel, frente a la iglesia de san Nicolás, ocupa actualmente uno de los claustros).
La institución jamás se recuperó de tamaño varapalo y. aunque fue declarado en 1.971 Monumento Nacional, en la actualidad sufre grandes deterioros en la zona de clausura, sobre todo en el Palazuelo y en la Casa del Capellán, con partes apuntaladas, abundantes goteras y solerías desmontadas. La venta de dulces elaborados por las hermanas y las aportaciones de particulares e instituciones no basta para hacer frente a obras de esta envergadura.
Cuando llegamos al número 4 de la calle san José, nos encontramos con una larga fachada claramente dividida en dos partes: un muro, presidido por la portada de piedra, con altas ventanas rectangulares, y otra extensa zona con ventanas en forma de estrella de ocho puntas y arcos de herradura apuntados, de clara inspiración judía.
La portada de la iglesia, de finales del siglo XVI, está labrada en piedra, con dos pilastras que soportan un dintel en el que aparecen los escudos de los Reyes Católicos y de la Orden dominica. Sobre ellos, un frontón partido encuadra un relieve, obra de Juan de Oviedo, que nos muestra a la Virgen entregando el Rosario a santo Domingo, con el Padre Eterno en el ático. Aparece en el conjunto uno de los símbolos dominicos: el perro portando una antorcha en la boca, cuyo origen ya pudimos leer en la entrada:
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Portada del convento de Madre de Dios. |
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Dintel, con los escudos reales y de la Orden dominica, y remate, con el relieve de Juan de Oviedo. |
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La Virgen entregando el Rosario a santo Domingo. |
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Detalle del perro con la antorcha en la boca, símbolo típicamente dominico. |
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Una de las aldabas de la puerta del convento. |
El cajón de entrada al templo, ricamente tallado, es debido a Manuel Barrera y realizado en 1.775.
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Cajón de entrada. Manuel Barrera, 1.775. |
La iglesia es de las llamada “de cajón”, con una sola nave rectangular, coros alto y bajo a los pies y presbiterio. La cubierta es de estilo mudéjar aunque con la particularidad de que se compone de cinco paños, en vez de los tres habituales. El presbiterio se cubre mediante una cúpula mudéjar de ocho lados, artísticamente tallada y decorada.
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Cubierta mudéjar de cinco paños. |
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Otra vista de la cubierta de la iglesia. |
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Cúpula ochavada del presbiterio. |
Giramos a la izquierda tras la entrada y encontramos una pareja de retablos, unidos, pero de diferente hechura, aunque ambos de la misma época (siglo XVII) y atribuidos a Miguel Adán. Los azulejos del banco de ambos altares, del siglo XVI, son de Cristóbal de Augusta.
El retablo del Entierro de Cristo muestra dicha escena en la tabla central, de inspiración flamenca y cercana al círculo de Juan Gui (1.525). A los lados hay cuatro tablas; las dos superiores (San Andrés y Santiago y La Visitación) son de Villegas Marmolejo (1.575), en tanto que las inferiores, La imposición de la casulla a san Ildefonso y El Martirio de santa Catalina) son de la fecha de ejecución del retablo (1.620).
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Retablo del Entierro de Cristo. |
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El Entierro de Cristo, 1.525. |
El retablo de san Juan Evangelista representa al santo escribiendo el Apocalipsis en la isla de Patmos. La imagen principal, de Jerónimo Hernández en 1.575, está rodeada de numerosos relieves en los que aparecen escenas de la vida del santo, la Sagrada Cena y el Apocalipsis. En el ático se nos muestra un Crucificado rodeado por los apóstoles.
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Retablo de san Juan Evangelista. |
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Imagen de san Juan Evangelista. Jerónimo Hernández, 1.575. |
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Arcosolio del retablo de san Juan Evangelista. |
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Imagen conjunta de ambos retablos. |
Mención aparte merece el espectacular arco toral, con numerosas molduras y yeserías, decorado con pinturas al fresco. Una reja instalada en él separa la zona pública de la parte de clausura.
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Vista general, en la que se aprecia el arco toral. |
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El arco, visto más cercano. |
El resto del convento lo visitaremos en una próxima entrada.
Tres altos escalones de acceso.
Estimado Pepe. Quisiera formularle una consulta. ¿Sería tan amable de facilitarme un correo electrónico?
ResponderEliminarMuchas gracias.
Roberto Paneque Sosa
rpanequesosa@gmail.com