Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad.

Historia, leyendas y curiosidades de nuestra ciudad y sus alrededores

domingo, 7 de agosto de 2011

El Museo de Bellas Artes de Sevilla -II. La planta baja.

Tras disfrutar del edificio como obra de arte por sí mismo, procedemos a visitar el contenido artístico del Museo de Bellas Artes.

Para acceder a la la Sala I nos situaremos en el Patio del Aljibe y pasaremos a través de la puerta situada en la esquina opuesta a la entrada desde el vestíbulo.

Sala I. Arte Medieval español.
En el siglo XV aparecen en la pintura sevillana los primeros testimonios de artistas conocidos, así como obras firmadas. De este siglo son las primeras manifestaciones pictóricas que conserva el museo. 

La figura más destacada es Juan Sánchez de Castro, activo en la ciudad durante la segunda mitad de este  siglo XV. De este pintor no conserva obras del museo, pero sí de los artistas que trabajaron bajo la influencia de su estilo.
Vista general de la Sala I desde la puerta de entrada.
Entre las obras realizadas en este ámbito artístico hay que destacar el conjunto de cuatro tablas, procedentes del antiguo Retablo Mayor de la iglesia hispalense de san Benito de Calatrava, en las que se representan ocho santos emparejados. A mediados del siglo XVII, las tablas fueron sustituidas por otras encargadas a Valdés Leal, guardándose las originales hasta ser depositadas en el museo por las Órdenes Militares en 1.908.

En este círculo artístico de maestros influenciados por Juan Sánchez de Castro se sitúa también la obra de autor anónimo Retablo de la Pasión de Cristo, procedente de la colección Montpensier. Al margen de esta influencia, hay que señalar la tabla de San Miguel Arcángel, cuyo estilo se relaciona con Juan Hispalense, pintor sevillano que trabajó la mayor parte de su vida en tierras castellanas. 
Vista general de la Sala I desde la puerta de salida.
Los orígenes de la escultura medieval hispalense se remontan a la siglo XV, y están vinculados al imaginero bretón que castellanizó su nombre como Lorenzo Mercadante de Bretaña. Su actividad en Sevilla está documentada entre 1.454 y 1.468, en los que triunfó con el cambio estilístico que suponía introducir los gustos borgoñones. Todo ello se traduce en la realización de obras en las que a veces predomina el espiritualismo nórdico y, en otras ocasiones, el naturalismo y minuciosidad de la pintura flamenca. Trabajó el alabastro y el barro, material con el que realizó sus obras más populares: las portadas del Nacimiento y Bautismo de la Catedral de Sevilla. De alabastro era el sepulcro del cardenal Cervantes, situado en la Capilla de san Hermenegildo de la Catedral de Sevilla, que ya vimos en la entrada correspondiente. Su influjo en la escultura sevillana del gótico final fue notable, siendo su principal seguidor Pedro Millán.

Pedro Millán es el primer imaginero local cuya actividad está documentada, concretamente entre 1.487 y 1.506. Acostumbraba a firmar todas sus obras, que solían ser de barro cocido. Uno de sus mejores trabajos es el grupo del Entierro de Cristo, el más antiguo de los conservados en España. En él se mezclan las influencias de franceses e italianos, que fueron los pioneros en este tema iconográfico que triunfa en Europa a mediados del siglo XV. Sobre la peana del frete del sarcófago, entre los símbolos pasionarios y flores de cardo, aparece su firma en letra gótica, P MILLA IMA, (Pedro Millán, Imaginero).

La visita de las salas las realizaremos unas veces en el sentido de las agujas del reloj y otras al contrario, regresando en todo caso a la puerta de entrada tras completar el recorrido y pasando a la siguiente sala a continuación. La Sala I la recorreré en sentido contrario.
Cristo atado a la columna. Pedro Millán, siglo XV.

Escultor activo en la ciudad de Sevilla entre 1.487 y 1.506, se cree que Pedro Millán fue discípulo de Lorenzo Mercadante de Bretaña, cultivando la escultura en barro cocido. Su estilo está dentro del gótico, si bien en sus últimas obras se aprecian ciertos rasgos renacentistas. Sus figuras son esbeltas, con amplios ropajes que se pliegan a los pies; los rostros, enmarcados por abundantes cabellos y semblantes mostrando claras expresiones: dolor, tristeza, serenidad o alegría; sus imágenes de Cristo lo representan con nariz afilada, barba escasa, torsos con ya un cierto realismo, piernas largas, paños de pureza con pliegues y coronas de espinas gruesas.

Pila Bautismal procedente del Hospital de san Lázaro. Siglos XIV-XV.
Cuatro parejas de Santos procedentes de la iglesia de san Benito de Calatrava.
Santa Catalina y san Sebastián.
San Antonio Abad y san Cristóbal. 
Dentro del ambiente de influencias flamencas que caracteriza la pintura sevillana del siglo XV destaca la figura de Juan Sánchez de Castro. A un artista cercano a él se atribuye esta obra, que pertenece a un conjunto de cuatro tablas,  en las que aparecen ocho santos emparejados. 
Se representa a San Antonio Abad con varios de sus atributos: el báculo, la campana y el cerdito. San Cristóbal es la figura mejor conservada y una de las mejores de la serie. El santo aparece en el momento de cruzar el río, llevando al Niño Jesús sobre su hombro y a dos peregrinos en el cinturón.
San Andrés y san Juan Bautista.
San Jerónimo y san Antonio de Padua.
Virgen con el Niño. Lorenzo Mercadante de Bretaña, siglo XV.
Procede de la Cartuja de Santa María de las Cuevas.


Mercadante de Bretaña Llegó a la ciudad en 1.454 a requerimiento del Cabildo hispalense para realizar el sepulcro del cardenal Cervantes, permaneciendo en la ciudad hasta 1.467. Parte de sus obras se realizan en alabastro, y en ellas predomina la naturalidad de las figuras, junto con una esmerada suavidad en las formas. Muestra de ello es la majestuosa estatua yacente del citado cardenal Cervantes realizada en alabastro entre los años 1.454 y 1.458, que se encuentra situada en la capilla de san Hermenegildo de la catedral.
Trabajó también el barro cocido (terracota), y con este material realizó gran cantidad de obras, entre las que destacan las doce grandes esculturas de bulto redondo y tamaño natural que presiden las portadas del Bautismo y del Nacimiento de la catedral hispalense, las más antiguas de todo el conjunto.
Cristo Varón de Dolores. Pedro Millán, siglo XV.
Estaba en la Capilla de san Laureano de la Catedral de Sevilla.
Retablo de la Pasión de Cristo. Anónimo, hacia 1.415.
Pertenece a la colección de los duques de Montpensier.
Virgen de la Antigua. Anónimo, hacia 1.500.
Estaba en el antiguo Hospital Central de Sevilla.
Llanto sobre Cristo muerto. Pedro Millán, hacia 1.490. Capilla de san Laureano de la Catedral.
Detalle de la obra anterior.
San Miguel Arcángel. Atribuido a Juan Hispalense, hacia 1.480,
pertenece a la colección de los Fernández Abreu.


El nombre de Juan Hispalense ha estado, y sigue estando, desde hace casi un siglo como punto de controversia. Su obra, claramente de estilo gótico, ha sido asignada a Juan de Sevilla, al Maestro de Sigüenza o a Juan de Peralta por la similitud de estilo. Hay estudiosos que afirman que todos ellos son una misma persona, de nombre Juan de Peralta y nacido en Sevilla, cuyo estilo fue evolucionando con los años. Sin embargo, otros eruditos creen que las diferencias estilísticas no se pueden explicar solamente por la evolución natural, sino que se trata de dos pintores distintos. De momento, no hay consenso. 
Una de las escasas piezas que Niculoso Pisano dejó en España. Representa a la Virgen con el Niño y es del siglo XV. El pequeño formato de esta obra no es obstáculo para que Pisano cree una obra monumental en la que un dibujo realizado con los trazos justos ofrece una obra plena de naturalidad y humanidad. A esto se une un colorido escaso en variedad pero de un vistoso efecto cromático. 
Francisco Niculoso, el Pisano, fue un ceramista italiano que estableció su taller en el barrio sevillano de Triana. Introdujo en Sevilla el nuevo estilo renacentista que consiste en aplicar la pintura cerámica polícroma a los azulejos planos destinados a revestimientos verticales. Gracias a su presencia en la ciudad se renovaron los talleres cerámicos locales que alcanzaron gran calidad a lo largo de los siglos XVI y XVII.
San Juan Bautista. Bartolomé Bermejo, hacia 1.490. Donación de la familia Angulo.
La pintura de Bermejo, natural de Córdoba, tenía importantes influencias flamencas, llegando a ser el artista más representativo de la pintura aragonesa, pues fue en este reino donde desarrolló la práctica totalidad de su obra
SALA II. Arte del renacimiento. 
Durante el siglo XVI Sevilla alcanza un gran desarrollo económico gracias al florecimiento de su actividad comercial con América y el resto de Europa. El aumento de la demanda y del tráfico de obras de arte, así como la llegada de artistas foráneos, provoca la renovación del panorama artístico con la entrada de las corrientes procedentes de Flandes e Italia. Fruto de este ambiente cultural es la colección de pintura flamenca que ingresó en el museo tras la desamortización. Entre las obras de maestros menores destacan las de Coffermans, Benson y los manieristas Frans Francken y Martin de Vos. Junto a ellas sobresale asimismo El Calvario, del alemán Lucas Cranach.
Vista general de la Sala II, desde la entrada.
Entre los escultores que llegan a Sevilla trayendo las novedades renacentistas se encuentra Torrigiano, autor de excelentes obras en barro cocido y policromado, como el San Jerónimo penitente o La Virgen de Belén, procedentes del monasterio de san Jerónimo de Buenavista. 

Alejo Fernández fue el introductor del espíritu renacentista en la pintura sevillana, con obras como La Anunciación, en las que se funden influencias flamencas e italianas. De un contemporáneo suyo, Cristóbal de Morales, expone el museo su única obra firmada, El Entierro de Cristo.
El techo de la Sala II es de los pocos que se conservan de la época original.
Hasta la segunda mitad del siglo no se constata la presencia de artistas locales de prestigio, como Luis de Vargas o Pedro de Villegas, cuyas obras evidencian la influencia italiana. La última generación de artistas sevillanos, en la que destacan Alonso Vázquez y Vasco Pereira, trabaja siguiendo rígidos esquemas manieristas que propiciaron, por su agotamiento, la llegada de un proceso renovador a comienzos del siglo XVII. De un contemporáneo, El Greco, se expone el Retrato de su hijo Jorge Manuel, suficiente para admirar la maestría de su estilo. 

Recorreremos esta sala en el sentido de las agujas del reloj. No sé por qué razón, pero hay salas que me piden que las recorra en un sentido y otras en sentido contrario.
San Telmo. Anónimo sevillano del siglo XVI.
Tríptico del CalvarioFrans Francken I, hacia 1.585. 
Procede del Hospital de las Bubas, conocido a lo largo del tiempo con los nombres de san Cosme y san Damián, del Salvador, de la Misericordia, de san Juan de Dios y actualmente de Nuestra Señora de la Paz. Es el que se encuentra en la plaza del Salvador, frente a la iglesia, con entrada lateral por la calle Sagasta.
Frans Francken I o el Viejo perteneció a una gran familia de pintores formada por su hermano Hieronymus Francken I y sus hijos Frans Francken II o Frans Francken, el Joven y Hieronymus Francken II . Su actividad se centró en la ciudad de Amberes, en la que ingresó como maestro en el gremio de pintores en 1.567, convirtiéndose en decano del mismo en 1.587. Se le considera junto a Marten de Vos, uno de los pintores más importantes en la ciudad de Amberes en el periodo de la contrarreforma,  años en los que recibió numerosos encargos para sustituir a los retablos pictóricos destruidos durante el periodo iconoclasta.

Este retablo tiene la característica, según me comentó muy amablemente una de las señoras que vigilan el museo, y es que también está pintado por detrás (al menos las alas del retablo), pudiendo observarse por los laterales las pinturas allí realizadas con ayuda de espejos estratégicamente colocados. Se trata de las siguientes imágenes:
San Bernardo.
Virgen de la Leche.
Continuamos la visita.
Virgen del Reposo. Anónimo del siglo XVI.
Virgen con el Niño. Roque Balduque, hacia 1.550. Procede de la colección González Abreu.
Roque Balduque es un escultor de origen flamenco que trabaja en la zona de la Baja Andalucía en las décadas centrales del siglo XVI. Con Roque Balduque se inicia ya "la modernidad" en las formas, los movimientos y las expresiones de las imágenes. Su estancia en la ciudad de Sevilla está reconocida desde aproximadamente el año 1534, siendo una de sus primeras obras el retablo de 1.545 para la iglesia de la Magdalena.

De su inicial influencia flamenca se tienen varias imágenes realizadas con carácter litúrgico y docente, como es la Virgen de la Misericordia, de 1.558, perteneciente al Hospital del mismo nombre, de destacada composición, talla y policromía, en la cual sostiene al Niño en su mano izquierda a modo de excepcional patena. A esta imagen le sigue la Virgen de la Cabeza, de la iglesia de san Vicente, y también la Virgen con el Niño de la iglesia de san Benito.

Al grupo de las imágenes de corte ya renacentista pertenecen dos tallas de Vírgenes correspondientes a Hermandades de Gloria que, como las anteriores, responden al concepto de la Teotocos -o Madre de Dios-, como son la Virgen del Amparo y la Virgen de Todos los Santos; y también la Virgen de la Granada de la iglesia de san Lorenzo, de 1.554, y la de la Piña o la de Gracia, de la iglesia de san Felipe, de Carmona, estas últimas ya dotadas de un suave y evidente naturalismo que luego sería característico en la interpretación de la figura mariana en esta tierra. Adquirió tanta fama en sus representaciones de la Virgen que se le llamaba El imaginero de la Madre de Dios.
La Anunciación. Alejo Fernández, hacia 1.508. Se encontraba en el Monasterio de san Isidoro del Campo. 

Alejo Fernández (h. 1.475  1.545) fue un pintor, se cree que de origen alemán, reconocido y destacado miembro de la escuela sevillana de pintura. Inició su carrera en Córdoba, donde permaneció hasta 1.508, año en que se traslada a Sevilla, ya casado con la hija del pintor cordobés Pedro Fernández, de la que toma el apellido.

Su traslado a Sevilla estuvo motivado por la petición del Cabildo de la catedral de pintar algunas tablas para el Retablo Mayor que se estaba construyendo. No llegó a finalizar la tarea, conservándose cuadro obras suyas en la Sacristía de los Cálices de la catedral.

Su obra vive de lleno la transición del gótico al renacimiento y gusta mucho en la ciudad, donde acaba por afincarse definitivamente, creando una importante escuela pictórica.
Retablo del Salvador. Anónimo sevillano, hacia 1.530.
Retablo de la Redención. Juan Giralte, 1.562, procedente del convento de santa Catalina, de Aracena. 
Se representa, de arriba hacia abajo y de izquierda a derecha a san Juan, el Padre Eterno, san Lucas, la Anunciación, las Lágrimas de san Pedro, la Coronación de espinas, san Mateo, la Oración en el huerto, la Resurrección y san Marcos; diez grabados en total.
Giralte procedía, como Balduque (con el que colaboró en varias ocasiones), de Flandes, casándose en España y adoptando el apellido de su esposa.
La Sagrada Cena. Anónimo sevillano, 1.570.  Viene del convento Madre de Dios.
El Entierro de Cristo.  Cristóbal de Morales, 1.525. Convento Madre de Dios.
Se trata de un autor del que se desconoce tanto su vida como su obra. Este cuadro supone la única pintura firmada por el autor que se conserva. Se le atribuyen, no obstante, algunas obras como las pinturas del retablo de la capilla de las Doncellas, en la catedral de Sevilla.
Retrato de su hijo Jorge Manuel. El Greco, hacia 1.600. Colección de los duques de Montpensier. Palacio de san Telmo.
Este excelente retrato, aunque es la única obra del Greco que se expone en el museo, ofrece la singularidad de ser una creación excepcional dentro de su producción, al tratarse de un importante testimonio de su vida familiar. Aunque durante todo el siglo XIX fue considerado como autorretrato del pintor, hoy se acepta por la mayoría de los investigadores que el representado es Jorge Manuel, único hijo del Greco, arquitecto, escultor y pintor como su padre. Es este sin duda uno de los retratos de mayor vivacidad expresiva y elegante sobriedad de los que realizara el Greco. 
Vista de sala dedicada a Torrigiano y sus contemporáneos.
Calvario. Lucas Cranach, 1.538. Procedente de la Escuela de la Natividad de Cristo, Sevilla. 
Esta obra adquiere una especial significación dentro de los fondos del museo, tanto por su excepcional calidad como por la escasa representación de la pintura renacentista alemana en las colecciones españolas. La escena del Calvario se desarrolla en tres planos superpuestos y tiene una concepción general de gran simetría y aprovechamiento del espacio. La pintura muestra su estilo de madurez, de superficies lisas y brillantes, pulidas como esmaltes, en las que sobre fondos oscuros se recortan las figuras con nítidos contornos. Está firmada con el dragón que le fuera otorgado como blasón y fechada en 1.538.
Virgen con el Niño. Marcelo Coffermans, hacia 1.560.

Marcelo Coffermans ejerció como pintor en la segunda mitad del siglo XVI en la ciudad de Amberes. Dado el elevado nivel artístico de la pintura flamenca en esos momentos, Coffermans no era una figura dominante dentro del panorama pictórico de la ciudad, pero se ganó la vida muy bien a base de imitar composiciones de pintores de finales del siglo XV y principios del XVI; quizá por esta razón, a veces se le sitúa junto a los primitivos pintores flamencos de esa época.
Virgen de Belén. Pietro Torrigiano, 1.525. Del Monasterio san Jerónimo de Bellavista.
Retablo del convento de san Agustín. Pinturas sobre tabla. Martín de Vos, 1.570.
Martín de Vos, la figura más destacada del panorama artístico de Amberes en la segunda mitad del siglo XVI, es el autor de las tres pinturas que constituían un retablo en el convento de san Agustín, las cuales ingresaron en el museo tras la Desamortización. Presidía el retablo la escena del Juicio Final, firmada y fechada en 1.570, flanqueada por san Agustín y san Francisco. Estas obras muestran la armoniosa fusión de las influencias italianas con las de la escuela de Amberes que caracterizó al estilo del pintor. La escena del Juicio Final describe una composición dividida en dos registros, el terrenal y el celeste. Este último es la resurrección de los bienaventurados mientras que los condenados, en la base de la composición, gesticulantes y convulsionados por el horror, son conducidos al infierno.
Escena central del anterior retablo. Representa el Juicio Universal.
Las otras dos tablas representan a san Francisco y san Agustín.
El Bautismo de Cristo. Pieter Pourbus. Viene de la Parroquia de Santiago.

Pieter Pourbus (1.523 – 1.584) fue un pintor renacentista flamenco que se estableció en Brujas en 1.540. Tres años más tarde es admitido en el gremio de pintores de la ciudad, casi al mismo tiempo se casa con la hermana del pintor local Lancelot Blondeel. Permaneció en Brujas hasta su muerte en 1.584.
Destacó en los géneros del retrato, las escenas alegóricas y la pintura religiosa, como el monumental óleo "El Juicio Final" de 228,5 x 181 cm, que se encuentra en el Museo Groeninge, de Brujas. Su producción abarca cuarenta pinturas firmadas o documentadas y otras treinta atribuidas. También realizó diseños arquitectónicos, en artes decorativas y trabajos cartográficos.
San Jerónimo penitente. Pietro Torrigiano, 1.525. Realizada en barro cocido policromado, procede del monasterio de san Jerónimo, de Sevilla.
Detalle de san Jerónimo.
Vista desde el otro lado.
Torrigiano fue compañero y rival de Miguel Ángel en la Academia del Jardín de los Médicis. Tras una azarosa vida llega a Sevilla en 1.522 y realiza dos obras para el Monasterio de San Jerónimo de Buenavista, que ingresaron en el museo tras la Desamortización: San Jerónimo y la Virgen de Belén, ambas fechadas en 1.525. La escultura de San Jerónimo tuvo una repercusión muy importante, no sólo en Andalucía, sino también en Italia. Su iconografía sirvió de modelo e inspiración constante a los artistas españoles. Realizada a tamaño natural (160 centímetros), sorprende por su expresiva cabeza y el espléndido estudio del desnudo que revela conocimientos anatómicos. Fue elaborada en barro cocido, técnica muy usada en Italia y que enlaza con la tradición de la escultura sevillana desde el siglo XV.
La Piedad. Maestro de las Medias Figuras, hacia 1.550.

Pintor anónimo de figuras de medio cuerpo, escenas religiosas y mitológicas. Recibe su nombre de una serie de obras estereotipadas donde una joven representada de medio cuerpo se ocupa en la lectura, la escritura o la música en un interior burgués. La uniformidad fisiológica de estas damas descarta la posibilidad de que se trate de retratos, creyéndose que estaban dedicados para la exportación.
Virgen con el Niño. Anónimo, 1.550. Donación Cortés y Soto.
La Sagrada Familia. Maestro del Papagayo, hacia 1.550.
Pintor flamenco de composiciones religiosas y retratos. Recibe su nombre del papagayo con el que juega Jesús en algunas de las Vírgenes con Niño que se le atribuyen. Su obra presenta analogías estéticas e iconográficas con la del Maestro de las Medias Figuras, como se puede apreciar en las bellas jóvenes en el papel de santas. Por sus rasgos comunes las obras de ambos se confunden frecuentemente; sin embargo, las obras del Maestro del Papagayo se caracterizan por una mayor riqueza cromática, expresividad y humanidad que las del Maestro de las ­Medias Figuras. 
La Coronación de la Virgen. Pieter Aertsen, 1.560.

Pieter Aertsen trabajó en Amsterdam y en Amberes. Era famoso como pintor de retablos, aunque muchos de ellos fueron destruidos cuando se produjo en Holanda el ataque contra las imágenes religiosas.

En algunas de sus obras predomina en primer plano productos de la tierra como frutas y carne, dejando en un segundo término las escenas religiosas. 
Su estilo se acerca más a la Escuela Flamenca, y su amplia pincelada influirá en pintores posteriores de la talla de Rubens y Jordaens, ya en el siglo XVII.
La Adoración de los Pastores. Anónimo, siglo XVI.
Tríptico anónimo flamenco. De izquierda a derecha: 
Virgen de la Sopa, El Calvario y Virgen con el Niño.
Díptico de la Visitación y la Anunciación. Marcelo Coffermans, 1.570. Colección González Abreu. 
SALA III. El Manierismo.
Hasta la segunda mitad del siglo XV no se constata la presencia de artistas locales de prestigio. Los pintores más destacados de la última generación de artistas que trabajó en Sevilla durante el último tercio de siglo son Francisco Pacheco, Alonso Vázquez y el portugués Vasco Pereira. 

Encuadramos sus obras dentro del Manierismo, movimiento que se produce entre las dos últimas décadas del XVI y comienzos del XVII. Sigue al ideal renacentista y perpetúa la tradición de los pintores del siglo XVI, pero con formas expresivas rígidas y esquemáticas y algunos elementos considerados anticlásicos. La estilización de las figuras y las exageraciones anatómicas las encontramos en la obra de Vargas; la valoración del dibujo y la línea, especialmente en Pacheco; la contundente volumetría de los cuerpos en Vázquez. Esta pintura se caracteriza también por un uso muy particular del color y de la luz artificial, como se aprecia en El Prendimiento, de Vargas. 

En esta sala se exhibe la obra de los pintores más significativos del manierismo sevillano. Destaca parte de la serie de pinturas destinadas al Claustro Mayor del convento de la Merced Calzada, pintadas por Francisco Pacheco y Alonso Vázquez, el más genuino representante del Manierismo en Sevilla. La sala se completa con una muestra de dos retablos, manifestación artística de primer orden en la Escuela Sevillana.
Retablo de san Juan Bautista. Miguel Adán, siglo XV. 
Procedente del monasterio de las Dueñas, de Sevilla.

Miguel Adán (o de Adán) fue un escultor y retablista español de los siglos XVI y XVII. Discípulo de Juan Bautista Vázquez, el Viejo, su actividad artística se desarrolló principalmente en Sevilla, ciudad en la que el 1 de diciembre de 1.588 formó parte del tribunal examinador que acreditó la suficiencia en escultura y diseño de retablos del entonces aspirante Juan Martínez Montañés. Cultivó casi exclusivamente la temática religiosa, tanto en retablos como en esculturas de bulto redondo.
El relieve principal representa El Bautismo de Cristo.
El Prendimiento de Cristo. Luis de Vargas, 1.562.
 Pintor español, perteneciente a la escuela sevillana, residió durante muchos años en Italia; aunque de esta etapa no se conoce ninguna pintura, su obra posterior revela la influencia de Perin del Vaga. En 1.555 realizó su primera obra de datación segura: el retablo del Nacimiento de la catedral de Sevilla, para la que pintó también el retablo de la Generación temporal de Cristo (1.561), inspirado en una obra de Vasari. Gozó de gran prestigio por su calidad de primer pintor andaluz vinculado de pleno a la cultura pictórica italiana.
La Purificación. Luis de Vargas, 1.560.
Retablo del Descendimiento. Luis de Vargas, 1.564. Del convento de santa María la Blanca, de Sevilla. 
Las pinturas laterales muestran a san Juan Bautista y a san Francisco.
San Juan Bautista.
San Francisco de Asís.
San Sebastián. Luis de Vargas.
Díptico de la Sagrada Familia y santo Tomás de Aquino con santa Catalina de Siena. Villegas Marmolejo, hacia 1.575.

Pedro Villegas Marmolejo nació en Sevilla en 1.520, siendo uno de los pintores hispalenses más representativos del siglo XVI, cultivando el estilo renacentista, con influencias de Luis de Vargas. Aunque tiene amplias obras distribuidas por Sevilla y su provincia, además de otras comarcas andaluzas, destaca el retablo de la Visitación realizado para la catedral de Sevilla o la pintura de La Sagrada Familia con san Juanito, finalizada en 1.595 para el altar dedicado a la Virgen de Belén de la parroquia de san Lorenzo.
Desposorios místicos de santa Inés. Francisco Pacheco, 1.628. 
De la iglesia del convento de san Buenaventura.
Francisco Pacheco, más conocido por ser el suegro de Velázquez y por su tratado teórico El Arte de la Pintura, que por sus cualidades artísticas, representa la tradición manierista en la escuela sevillana del primer cuarto del siglo XVII. Es esta una de las mejores pinturas de Pacheco que conserva el Museo. En ella el artista se ha esforzado en representar una escena mística e íntima aportándole ciertos detalles naturalistas como el suelo lleno de flores blancas, que evocan la pureza de la santa, la palma del martirio, el salterio con la página marcada y la pequeña silla claveteada de terciopelo rojo. El conjunto se encuentra bañado por una fuerte luminosidad que introduce lo divino en una escena mundana. Los pliegues quebrados de los ropajes inspirados en grabados nórdicos y la dureza y sequedad del tratamiento de las figuras, evidencian lo limitado del talento del artista, a pesar de que se encuentra en este momento en el apogeo de su carrera.
Santa Ana con la Virgen Niña y San Juan Bautista.  Obras de Vasco Pereira, 1598. 
De la iglesia de san Miguel.

Vasco Pereira fue un pintor portugués que desarrolló su actividad en la Sevilla del último tercio del siglo XVI. Su estilo se enmarca dentro del manierismo tardío, estando considerado un pintor de alto nivel cultural, aunque de regulares recursos técnicos. Su obra es de temática religiosa prácticamente en su totalidad. En sus últimos trabajos se aprecia un giro hacia el naturalismo recién llegado a la península, tal como demuestra su mejor obra, La Coronación de la Virgen, expuesta en el Museo de Carlos Machado de la ciudad de Ponta Delgada, capital de la isla de San Miguel (Azores).
San Francisco de Asís y santo Domingo de Guzmán. Francisco Pacheco, hacia 1.605. 
Procedentes del convento de las Monjas de Pasión.
San Pedro Nolasco redimiendo cautivos. Alonso Vázquez, 1.601. 
Recogido del convento de la Merced Calzada.
San Pedro Nolasco despidiéndose de Jaime el Conquistador. Alonso Vázquez, 1.601.
También del convento de la Merced Calzada.
Cabeza de san Juan Bautista. Gaspar Núñez Delgado, 1.591. Colección Mandín.

Núñez Delgado estuvo activo en Sevilla entre 1.581 y 1.606, donde era discípulo de Jerónimo Hernández y maestro de Martínez Montañés. Esculpió en madera barro y marfil. Su estilo manierista muestra una clara transición hacia el realismo que se desarrollaría completamente más adelante con la llegada del barroco. Así, en el año 1.585 realizó un Crucificado destinado a la ciudad de Puebla, en México, con estilo plenamente renacentista, mientras que en otras obras posteriores, como la Cabeza de San Juan Bautista de 1.591 que vemos aquí o su Inmaculada póstuma, se aprecia una evolución hacia el naturalismo. Entre sus obras más importantes se encuentra la magnifica imagen de San Juan Bautista (1.606) perteneciente al retablo del mismo nombre que esta situado en el real monasterio de san Clemente, de Sevilla.
Desde otro ángulo.
San Pedro Nolasco se embarca para redimir cautivos. Alonso Vázquez, 1.605.
Igualmente del del convento de la Merced Calzada.
Aparición de la Virgen a san Ramón Nonato. Francisco Pacheco, 1.605.
Convento de la Merced Calzada.
SALA IV. Naturalismo.
Se muestran los comienzos del Naturalismo en la pintura sevillana con autores como Francisco Pacheco y sus discípulos, Diego de Velázquez, Alonso Cano, Francisco de Herrera y Juan de Roelas. También se exponen una serie de esculturas y pinturas que representan al Niño Jesús.
Vista general de la Sala IV desde la entrada.
Durante las primeras décadas del siglo XVII confluyen en la pintura sevillana dos tendencias pictóricas, el manierismo y el naturalismo. Este último representa la renovación que triunfó, basada en un lenguaje directo y narrativo que transcribe la realidad.
Lado derecho de la Sala IV, visto desde la puerta.
Supone un acercamiento a lo inmediato, a una expresividad más popular y amable, donde tiene cabida, incluso, el sentimiento y lo anecdótico, como puede verse en el detalle con que Juan de Roelas describe los objetos inanimados en el cuadro Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Los colores se vuelven más naturales y las formas menos perfiladas por un dibujo excesivamente marcado por el manierismo. 

Junto a Roelas destaca la obra temprana de Velázquez, Alonso Cano y Herrera el Viejo.

Recorreremos esta sala en el sentido contrario de las agujas del reloj. En un pequeño vestíbulo o antesala, encontramos tres pinturas:
Sagrada Familia con san Juan Bautista y santo Domingo. Angelino Medoro, 1.622.

Medoro fue pintor italiano, discípulo de Vasari y Francesco Salviati, que vivió en Sevilla unos años, tras los cuales se trasladó a América, donde contribuyó, junto con Bitti y Pérez de Alesio, a la introducción del clasicismo renacentista y a la formación de las nuevas escuelas de artistas hispanoamericanos. Prácticamente toda su producción fue realizada en tierras de Nueva España.
Retrato de una dama y un caballero orantes. Francisco Pacheco, hacia 1.630.
Convento del Santo Ángel. Sevilla.
Retrato de una dama y un caballero orantes. Francisco Pacheco, hacia 1.630.
Convento del Santo Ángel. Sevilla.
Y ya dentro de la sala propiamente dicha, tenemos las siguientes obras:
Niño Jesús Salvador. Juan de Roelas, 1.610.
Niño Jesús desnudo. Círculo de Martínez Montañés. 1.630.
Niño Jesús vestido. Anónimo, siglo XVII. Colección Fernández Abreu.
El taller de Nazareth. Juan del Castillo, 1.635. Del convento de Monte Sión.

Juan del Castillo fue un pintor barroco español, avecindado en Sevilla, cuya fama se ha debido en gran parte a la condición de maestro y primo político de Bartolomé Esteban Murillo. En los años veinte del siglo XVII hay noticias de su trabajo como pintor y dorador de retablos en Sevilla y sus alrededores, tareas en las que aparece relacionado con Pablo Legot y Alonso Cano, a quien se encontraba unido también por estrechos vínculos de amistad, siendo Castillo quien pagó en 1.636 la fianza para sacar a Cano de la cárcel.  En él se advierten las influencias que había ido recibiendo a lo largo de su carrera, desde su formación en el manierismo tardío a la adopción de modelos naturalistas tomados de Juan de Roelas y, finalmente, la atracción por las figuras movidas tomadas de Rubens.
Las Ánimas del Purgatorio. Alonso Cano, 1.636.  También procede de Monte Sión.

Alonso Cano (1.601-1.667) es, sin duda, el artista más completo del Siglo de Oro español: pintor, dibujante, grabador, retablista, diseñador, arquitecto, escultor... Cultivó las artes en sus más variadas manifestaciones y se constituyó en figura central del siglo XVII, aunque nunca ha sido suficientemente destacada en su justa medida. 

Se relacionó con colegas artistas como Pacheco, Martínez Montañés, Velázquez o Zurbarán; pero también conoció grandes figuras del mundo intelectual de su tiempo. En su biblioteca figuraban obras literarias de Góngora, Gracián y Quevedo, lo que propició que su arte se alimentara de los más variados saberes. Su impronta artística se perpetuó también entre sus excepcionales discípulos: Pedro de Mena, José Risueño, Herrera Barnuevo o José de Mora.
Retrato de don Cristóbal Suárez de Ribera. Diego de Silva Velázquez, 1.620.

Propiedad de la iglesia de san Hermenegildo, se encuentra en depósito en el museo.

Velázquez inició su aprendizaje con Herrera, el Viejo, para pasar rápidamente al taller de Pacheco, con cuya hija Juana se casó en 1.617. Durante su estancia en Sevilla encontró la manera de expresar su preocupación por el claroscuro y el natural en las escenas de género o bodegones con figuras, temas que ya tenían precedentes en la pintura flamenca e italiana. Con su excepcional dominio del dibujo y una gama cromática oscura, que acentúa los efectos del tenebrismo, alcanzó extraordinarias impresiones de verismo en estas escenas extraídas de la realidad cotidiana. 

Durante esta etapa sevillana ensayó también otros dos géneros en los que impera asimismo un fuerte tono de verosimilitud, el religioso y el retrato. De sus excelentes dotes como retratista ha quedado como testimonio en el Museo el que realizó a don Cristóbal Suárez de Ribera, clérigo sevillano fundador de una cofradía dedicada a san Hermenegildo, cuyo emblema aparece situado a la izquierda.
San Francisco de Borja. Alonso Cano, 1.624. 
De la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en Sevilla.

En el taller del pintor sevillano Francisco Pacheco iniciaron su formación artística dos de los más destacados representantes del arte español del siglo XVII, Diego Velázquez y Alonso Cano. Las primeras obras conocidas de Cano como este san Francisco de Borja, atestiguan las experiencias recibidas de Pacheco en el uso de un modelado preciso y una iluminación contrastada que acentúa el dramatismo expresivo. El santo jesuita contempla con expresión mística una calavera coronada. A sus pies se sitúan tres capelos cardenalicios alusivos al título al que renunció por tres veces y en la zona superior aparece el monograma IHS de la Compañía de Jesús.
Jesús camino del Calvario. Juan de Roelas, 1.620.
Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. Juan de Roelas, 1.615. 

En la primera generación de pintores sevillanos del siglo XVII, Roelas representa la renovación naturalista que triunfará, basada en un lenguaje directo y narrativo. La pintura procede de la iglesia del convento de la Merced Calzada, actual sede del museo. El esquema compositivo en diagonal presenta la figura sedente de Santa Ana de edad madura mostrándole un libro a la Virgen que se inclina atenta para su lectura.
Cabeza de Apóstol. Velázquez, 1.620. Depósito del Museo del Prado.
Sagrada Familia. Juan de Uceda, 1.623. 
Estaba en el convento de la Merced Calzada.
Desposorios místicos de santa Catalina. Herrera, el Viejo, 1.615.
La Asunción de la Virgen. Juan de Herrera, el Mozo, 1.601.
SALA V. Murillo y la escuela sevillana del barroco.
Finalizada la visita de esta sala, nos queda completar la planta baja con la que, a mi juicio y con diferencia, es el mejor espacio expositivo del museo, la Sala V. Para que se hagan una idea imagínense por un momento una iglesia de buen tamaño, tipo Salvador o Magdalena, despojada de bancos, altares, retablos, lámparas y cualquier otro mobiliario. Y es que, en realidad, el contenido de la Sala V se muestra en lo que era la iglesia del convento. La planta es de cruz latina, con las naves principal y de crucero de bóveda de cañón, presentando una espléndida bóveda de media naranja en el cruce de ambas.
Entrada a la Sala V.
Este magnífico marco sirve de gran escenografía para exponer el núcleo de la Escuela Sevillana de pintura del siglo XVII. Partiendo de fórmulas manieristas y de un naturalismo incipiente que se inicia en Roelas, evoluciona hasta llegar a Murillo, máximo exponente de la Escuela Sevillana del Barroco. Su estilo domina la primera mitad del siglo XVIII y su huella pervive hasta el siglo XIX. Juan del Castillo, Uceda y Roelas representan la generación de pintores que inicia la realización de grandes cuadros para retablos típicamente contrarreformistas. Herrera el Viejo y Zurbarán continuarán el naturalismo en el segundo tercio de siglo. Esta sala culmina con la reconstrucción del retablo mayor del convento de Capuchinos, de Murillo.
Vista de la Sala V desde la puerta de entrada (lado izquierdo).
Vista de la Sala V desde la puerta de entrada (lado derecho).
Visitaremos esta sala en el sentido de las agujas del reloj.
Apoteosis de san Hermenegildo. Francisco de Herrera el Viejo, 1.620. 
Procede de la iglesia del colegio de san Hermenegildo.

Se formó dentro del espíritu manierista que pintores como Pacheco habían impuesto, pero progresivamente fue abandonando esta orientación inicial para integrarse decididamente en la corriente naturalista. En esta obra, la escena está dividida en los dos registros: el celestial y el terrenal. En el rompimiento de gloria aparece san Hermenegildo triunfante rodeado de ángeles. En la zona de Tierra, san Isidoro somete a Leovigildo, y san Leandro protege a Recaredo, el futuro rey que proclamaría el catolicismo de España en el Tercer Concilio de Toledo. El lienzo muestra las características de la madurez de su estilo con pinceladas enérgicas y sueltas que modelan rostros de acentuada individualidad y una gama de color en la que predominan los castaños dorados y negros.
Visión de san Basilio. Francisco de Herrera el Viejo, 1.639.
Procede de la iglesia del colegio de san Basilio.
Tránsito de san Hermenegildo. Juan de Uceda y Alonso Vázquez, 1.602. 
Proviene del Hospital de san Hermenegildo. 

El estilo de Vázquez pone de manifiesto la mezcla de elementos flamencos e italianos que caracterizó la pintura sevillana hasta bien entrado el siglo XVII. Fiel a los principios de ese manierismo tardío, su pintura apenas evoluciona, repitiendo similares esquemas compositivos y figuras. Una muestra de la continuación de esquemas del siglo anterior es la pintura que contrató en 1.603 con el Hospital de San Hermenegildo de Sevilla, y que hubo de terminar Juan de Uceda cuando partió a México ese mismo año. Era la escena principal de un retablo que representaba El Tránsito de San Hermenegildo. La preparación y la composición general de la pintura pertenecen a Vázquez, quien realizó la franja inferior en la que San Hermenegildo acompañado por el rey Recaredo, San Isidoro y San Leandro, es confortado por ángeles. En la zona superior también se adivinan por sus característicos tipos físicos algunos ángeles salidos de su mano.
Retablo Mayor del convento de Monte Sión. Juan del Castillo, 1.635.
Adoración de los pastores. Retablo de Monte Sión.
La Anunciación. Retablo de Monte Sión.
Pintura central del Retablo Mayor del convento de Monte Sión.
Adoración de los Reyes Magos. Retablo de Monte Sión.
La Visitación. Retablo de Monte Sión.
Ahora que nos encontramos a los pies de la iglesia, podemos aprovechar para dar un vistazo general desde este punto:
Vista general de la Sala V.
Sagrada Cena. Alonso Vázquez, 1.598. Viene de la Cartuja de santa María de las Cuevas, Sevilla.

De Alonso Vázquez hay noticias en Sevilla desde 1.588 hasta su marcha a México en 1.603, donde ejerció hasta su muerte en 1.608. Su presencia en Sevilla supuso una importante influencia en la formación de la pintura local de la primera mitad del siglo XVII. Su primera obra conocida se conserva en el museo, La Sagrada Cena, realizada para el refectorio de la Cartuja de Santa María de las Cuevas de Sevilla, en 1.588. La composición se basa en diferentes grabados, conviviendo los elementos naturalistas de la vajilla y los alimentos. 
El martirio de san Andrés. Juan de Roelas, 1.610. 

Juan de Roelas debió viajar a Italia ya que, según se destila de su obra, conocía el color veneciano, y trajo a Sevilla su paleta de tonos cálidos y dorados junto a un tipo de grandes cuadros de altar, típicamente contrarreformistas, donde se presentan dos planos bien diferenciados, el terrenal y el celeste. Su obra más importante en el Museo, El martirio de san Andrés, procedente de la capilla de los flamencos del colegio Santo Tomás de Aquino, es un claro exponente de estas características. La monumental composición, realizada con una técnica suelta que presta menor atención al dibujo en favor de un colorido suntuoso y vibrante, enfrenta la trascendental experiencia del Santo con la de sus bulliciosos espectadores en una escena de gran emotividad.
La venida del Espíritu Santo. Juan de Roelas, 1.615.
Hospital del Espíritu Santo, Sevilla.
Arriba El Padre Eterno; abajo Cristo coronando a san José. Pintados por Francisco de Zurbarán en 1.636 para el convento de san José de la Merced Descalza, Sevilla.
El Padre Eterno, con mejor detalle.
Apoteosis de santo Tomás de Aquino. Zurbarán, 1.631.

Zurbarán pintó en 1.631 esta obra destinada al colegio de santo Tomás de Aquino en Sevilla que, probablemente, sea la más ambiciosa de su producción. La composición, para la que como es habitual utiliza fuentes grabadas, repite el esquema arcaizante de la división en diferentes registros. En el inferior se sitúan, en torno a un bufete con la bula fundacional, a la izquierda, el fundador del colegio, fray Diego de Deza, al frente de un grupo de frailes dominicos y, a la derecha, el emperador Carlos V encabeza otro grupo de figuras orantes. En el registro superior preside la escena santo Tomás flanqueado por los cuatro Padres de la Iglesia. En un plano más elevado aparece el Espíritu Santo con Cristo y la Virgen a la izquierda, con san Pablo y santo Domingo a la derecha. Es ésta una de las obras más complejas de Zurbarán, con figuras de gran monumentalidad e intensa expresión naturalista.
Hemos llegado a la unión de la nave principal con el crucero. Si miramos sobre nosotros podremos ver la bóveda de media naranja tan espectacular que posee esta iglesia.
Bóveda de media naranja del crucero de la iglesia.
Detalle de una de las pechinas de la bóveda.
Aunque no menos artísticas son las de la nave central y del crucero.
Bóveda de cañón de la nave de la iglesia.
Detalle de la bóveda de cañón.
Nuevo detalle.
Tampoco desmerece la bóveda sobre el Retablo Mayor:
Bóveda sobre el Retablo Mayor.
Seguimos nuestro recorrido, rodeando la nave del crucero en el sentido de las agujas del reloj. Hay que señalar que toda esta nave  está dedicada a pinturas que realizó Murillo para el convento de Capuchinos, las mismas, entre otras, que el Cabildo de la Catedral ayudó a ocultar de la rapiña del mariscal Soult.
Una de las pilastras sobre la que se sostiene el arco toral de entrada al crucero.
Inmaculada del Coro, "La Niña". Murillo, 1.668. Convento de Capuchinos.
San Francisco abrazando a Cristo Crucificado. Murillo, 1.668. 
Convento de Capuchinos.
Inmaculada con el Padre Eterno. Murillo, 1.668. Convento de Capuchinos.
San Francisco con el Niño. Murillo, 1.668. Convento de Capuchinos.
La Anunciación. Murillo, 1.668. Convento de Capuchinos.
Retablo Mayor del convento de Capuchinos. Todas las pinturas son de Murillo.
San Antonio de Padua con el Niño.
El conjunto más importante de pinturas de Murillo en el museo procede la iglesia del convento de Capuchinos de Sevilla, donde se situaban en el retablo mayor y los altares de las capillas laterales. Realizadas entre 1.665 y 1.669, años de su plenitud artística, se encuentran entre las mejores de su producción. San Antonio, con hábito franciscano y ramo de azucenas, símbolo de virginidad en su mano derecha, abraza al Niño sentado sobre un libro que le sirve de pedestal. La zona superior la ocupa un rompimiento de gloria con grupos de ángeles y un torrente de luz que sirve de fondo a la figura del Niño. 

San José con el Niño.
Santas Justa y Rufina. 
La pintura pertenece a la serie realizada para la iglesia del convento de Capuchinos de Sevilla, donde estaba situada en el lugar del retablo mayor. El cuadro de as santas, prototipos de belleza popular sevillana, es una de las obras más famosas del pintor. Aparecen representadas con las palmas de los mártires y las vasijas de barro alusivas a su condición de vendedoras de cerámica. En sus manos sostienen la torre de la Catedral de Sevilla, La Giralda, pues según la tradición evitaron su desplome en el terremoto de 1.504.
Inmaculada, "La Colosal". 

Nacido en Sevilla a finales de 1.617, Bartolomé Esteban Murillo realizó su aprendizaje artístico en el taller de Juan del Castillo. El estilo de sus primeras obras continúa los modelos de Zurbarán, de riguroso naturalismo tenebrista y los celajes de luces doradas que pintaba Roelas. El Museo conserva obras tempranas como la Inmaculada llamada La Colosal (hacia 1.650) procedente del sevillano y desaparecido convento de san Francisco. Aunque este tema depende del modelo creado por Ribera, Murillo establece un nuevo prototipo iconográfico con representaciones de gran dinamismo, caracterizadas por el vuelo de los ropajes, túnica blanca y manto azul (azul purísima desde entonces), y el acompañamiento de ángeles que revolotean en torno a la imagen de María. La pintura se expone sustituyendo al cuadro que presidía el retablo mayor de la iglesia del convento de Capuchinos de Sevilla, de donde proceden el conjunto de pinturas más importante de Murillo que conserva el museo.
San Félix de Cantalicio con el Niño.
San Juan Bautista.
San Buenaventura y san Leandro.






La Virgen de la Servilleta.
Existen dos versiones sobre el origen de la pequeña pintura de la Virgen de la Servilleta. Según la primera de ellas, los frailes capuchinos se percataron de que había desaparecido una servilleta de su ajuar doméstico, pero unos días más tarde les fue devuelta por el propio Murillo con el dibujo de la Virgen. En la segunda versión, es un fraile del convento el que solicita a Murillo una representación de la Virgen con el Niño para poder orar privadamente en su celda. Murillo acepta, pero solicita un lienzo para realizar la pintura; el fraile, sin embargo, carecía de recursos económicos y le entregó una servilleta en la que el artista realizó el trabajo.

Aquí terminamos la visión de las obras que componen el retablo y continuamos con las pinturas del lado de la epístola del crucero.
La Piedad. Murillo, 1.668. Convento de Capuchinos.
La Adoración de los pastores. Murillo, 1.668. Convento de Capuchinos.
San Félix de Cantalicio con el Niño. Murillo, 1.668. Convento de Capuchinos.
Santo Tomás de Villanueva dando limosna. Murillo, 1.668. 

Pertenece a la serie que realizó el pintor para la iglesia del convento de Capuchinos de Sevilla, donde presidía el altar de la primera capilla de la nave de la Epístola. Se sentía particularmente orgulloso de ella y puede considerarse la síntesis genial de toda su obra. La figura del santo centra la monumental composición en la que logrados fondos de arquitectura clásica crean efectos de luces y sombras que prolongan la profundidad espacial. Los personajes están realizados con un realismo que atestigua todo el saber acumulado en la elaboración de temas populares y también pueden contemplarse excelentes detalles de bodegón en los libros y las monedas sobre la mesa. 
Hemos llegado de nuevo a la puerta de entrada, con lo que podemos dar por terminada la visita a la Sala V, a la planta baja y a esta entrada del blog. En la siguiente y última remataremos la faena con el recorrido por el resto de las salas, ya situadas en la primera planta.

Museo de Bellas Artes de Sevilla. Parte I.

Museo de Bellas Artes de Sevilla. Parte III y final.

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