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martes, 7 de junio de 2011

Iglesia de la Anunciación.

Hay iglesias y hay iglesias. Intentaré explicarme.

Las iglesias (considerando el edificio y lo que contiene, al margen de asuntos religiosos o de devoción) pueden ser más grandes o más pequeñas, más bonitas o menos, más o menos espectaculares o con muchas o pocas obras de arte en su interior. Pero lo que una persona espera al traspasar la portada de una iglesia es orden, a menos que se encuentre en obras. Y también limpieza, porque los sevillanos somos mucho de criticar la falta de aseo.

La iglesia de mi barrio de adopción, el Cerro del Águila, no es grande, ni antigua (es de las más modernas porque la anterior, que tampoco era ninguna maravilla arquitectónica, fue declarada en ruinas y hubo que derribarla), ni bonita, para qué vamos a engañarnos. Pero tú entras en ella y está todo en su sitio, limpio como los chorros del oro, con la iluminación necesaria, ni más ni menos, sin pinturas al fresco estropeadas u óleos sobre lienzo con chorreones de humedad, ni con las paredes con más colgajos que la espalda de un alemán en Matalascañas.
Fachada de la iglesia de la Anunciación.
Y eso, exactamente eso, es lo que nos encontramos cuando entramos en la iglesia de la Anunciación. A la izquierda, nada más traspasar la puerta, varias docenas de sillas apiladas hasta una altura tal que tapan parcialmente los cuadros que hay colgados sobre ellas. Tanto estos cuadros como los del muro de la derecha presentan manchas y regueros de humedad que me temo impidan cualquier posterior restauración. El magnífico retablo de San Juan Bautista, obra maestra de Martínez Montañés, está literalmente cubierto por el polvo (iba a escribir otra frase, pero me contengo). Las pinturas de las bóvedas se caen a jirones como la piel del alemán antes citado, y en las paredes, en los lugares en los que la humedad lo permite, se pueden atisbar retazos de los adornos pintados bajo una pátina mate de polvo, humo y suciedad. Junto al Retablo de la Inmaculada, en el brazo derecho del crucero, otro montón de sillas hace juego con el de la entrada.
Fachada de la iglesia de la Anunciación. Cuerpo central.
Hago las fotos correspondientes, que a continuación mostraré, y cuando llego a casa, comienzo a navegar por internet para intentar encontrar explicación a semejante estropicio. No tardo mucho en encontrarla: al parecer, el templo es propiedad de la Universidad de Sevilla, que permite la celebración de misas y “el almacenamiento” de las figuras y utensilios de la Hermandad del Valle. Se trata de un espacio utilizado mayoritariamente para exposiciones y conciertos, hechos que se producen a menudo. Esto explicaría la presencia de las numerosas sillas, pero pregunto ¿la mierda (vaya, se me escapó la palabrita) y los desconchones mejoran la acústica de la sala?¿No hay otro sitio en el que depositar las sillas cuando no se usan? Ítem más: ¿no hay otro sitio en el que celebrar estos eventos que en un lugar sagrado?
Ático de la fachada de la iglesia de la Anunciación.
La US (como dicen ahora los modernos) puede contestarme que la iglesia es suya y hace en ella lo que le da la gana, la limpia cuando le da la gana y la restaurará cuando le dé la gana. Y yo me vuelvo a preguntar: ¿la Universidad de Sevilla es autosuficiente o se financia con fondos públicos? Pienso que la obvia respuesta no merece comentario; lástima que un servidor no pueda pagar sus impuestos cuando le dé la gana y destinarlos a quien le dé la gana.

El caso es que, buceando en la red a la busca de información, me encuentro con el siguiente artículo del Diario de Sevilla:


Curiosamente, encuentro otro artículo, en este caso de ABC, prácticamente idéntico:

http://www.abcdesevilla.es/20110110/sevilla/sevi-museo-universitario-anunciacion-201101091702.html,

con la diferencia de que el primero es de octubre de 2.008 y el segundo de enero del 2.011. O sea, que en dos años y medio el discurso sigue siendo el mismo pero no se ha hecho nada en la Anunciación.

Ahora que me he desahogado, paso a describir el (a pesar de todo) monumento. 

La iglesia de la Anunciación se encuentra en la calle Laraña, junto al edificio de la actual Facultad de Bellas Artes. En sus orígenes, en este lugar se construyó la primera Casa Profesa de la Compañía de Jesús en nuestra ciudad. Se colocó la primera piedra en 1.565, según trazas de Bartolomé de Bustamante, superintendente de la Orden, aunque fueron Juan Bautista Villalpando (la casa) y el Maestro Mayor de la Catedral, Hernán Ruiz, el Joven, (la iglesia) quienes las finalizaron en 1.579, ateniéndose al estilo renacentista de moda en la época.

La residencia constaba de un edificio de tres plantas en torno a un patio principal porticado y pavimentado, con columnas de mármol, que aún se conservan en la actual Facultad de Bellas Artes. Otro cuerpo de edificio más pequeño, anejo al principal y con patio propio, ajardinado, tenía salida por la calle trasera, llamada de la Sopa, hoy Compañía.

A principios del siglo XX, y encuadrada dentro de los trabajos de preparación para la Exposición del 29, el arquitecto José Gómez Millán lleva a cabo la dirección de una reforma integral de la antigua fachada, confiriéndole un aire regionalista propio de la época.
Antiguo Colegio de la Anunciación. La portada se trasladó al convento de Santa Clara.
La expulsión de la Compañía de Jesús en 1.767 por orden de Carlos III deja abandonado el edificio, lo que aprovecha el entonces Intendente de la ciudad, Pablo de Olavide, para trasladar allí la sede de la Universidad de Sevilla, en 1.771, desde el colegio Santa María de Jesús (del que hoy solamente queda la capilla, sita en la Puerta de Jerez, esquina avenida de la Constitución). Jesuita y afrancesado, Olavide reafirma su función educadora, poniendo en práctica los ideales didácticos de la Ilustración y extendiendo su influencia al ámbito civil, poniendo los cimientos de la educación moderna. La iglesia se convirtió así en la capilla de la Universidad hasta 1.956, fecha de su traslado a la Real Fábrica de Tabacos.
Iglesia de la Anunciación desde la plaza de la Encarnación.
Tras años de abandono, el edificio es derribado, conservándose tan solo algunas columnas del patio de Facultad, la iglesia, y, bajo ella, la cripta, convertida más tarde en Panteón de Sevillanos Ilustres, que visitaremos en otra ocasión.

La portada del colegio se trasladó al compás del convento de Santa Clara, en tanto que en el espacio que quedó entre la iglesia y el palacio del marqués de la Motilla (esquina calle Cuna) se levantó, de nueva obra, el actual edificio de la Facultad de Bellas Artes. Otra señal de la actual dicotomía entre iglesia y universidad es que para visitar la cripta es necesario permiso y acceso a través de Bellas Artes y no directamente desde la iglesia.


La fachada de la iglesia es imponente, a pesar de estar parcialmente tapada por un enorme árbol que pide a gritos ser trasplantado a otro sitio. Diseñada por Hernán Ruiz, el Joven,  se organiza alrededor de un gran arco de medio punto, estando enmarcada por dos columnas toscanas que sujetan un entablamento sobre el que se dispone el tímpano. En un primer cuerpo se observan dos hornacinas vacías, que no he podido saber si siempre han estado así o en algún momento han estado ocupadas, mientras que en la parte superior aparece, en el centro, un magnifico medallón de la Virgen con el Niño, obra de Juan Bautista Vázquez, el Viejo. A los lados se sitúan en sendas hornacinas esculturas del siglo XVIII que representan a San José (derecha) y a San Miguel (izquierda), aunque éste es a veces confundido con San Rafael; sin embargo, su indumentaria guerrera parece mas propia del primero que del segundo. 
Torre y cúpula de la iglesia de la Anunciación.
La cúpula que cubre la bóveda está decorada exteriormente mediante un revestimiento de azulejos típicos sevillanos. La linterna hubo de renovarse tras el terremoto de Lisboa de 1.755, ya que consta que "de la Casa Profesa, lo más de su lenterna se vino a plomo". Según el profesor Teodoro Falcón, es muy probable que en su renovación interviniera Sebastián Van der Borcht, que en 1.748 había emitido un informe sobre la amenaza de ruina que afectaba a la bóveda del coro de la iglesia. Por entonces, Van der Borcht había reconstruido la de la Capilla Real y la de la Real Fábrica de Tabacos, actual sede de la Universidad.

La torre, situada a la izquierda del presbiterio, carece de remate, estando formado por un cuerpo de campanas, con un solo arco de medio punto en cada cara. 

En la parte de la fachada que da a la plaza de la Encarnación existe un retablo cerámico de buen tamaño, que representa al Santísimo Cristo de la Buena Muerte, titular de la Hermandad de los Estudiantes. Fue realizado por Antonio Kiernam Flores en 1.949, para conmemorar las bodas de plata de la Hermandad. Costó 4.200 pesetas.
Retablo cerámico del Cristo de la Buena Muerte.
Antonio Kiernam Flores, 1953. Cerámica Santa Ana.
El interior del templo está decorado con pinturas murales del primer tercio del siglo XVIII, aunque muy retocadas desde hace años y prácticamente irreparables en la actualidad. Las del crucero izquierdo, que representan imágenes de la vida de San Ignacio de Loyola, se ejecutaron entre 1.709 y 1.712. Las del crucero derecho se realizaron hacia 1.735 y representan motivos decorativos siguiendo el estilo barroco. 

La iglesia tiene planta de cruz latina, con una única nave de gran anchura, el coro a la entrada y el presbiterio alzado sobre cinco gradas. Se sostiene por medio de pilastras adosadas a los muros, que generan unos grandes arcos fajones (adosados en la parte inferior de las bóvedas con el fin de reforzarlas). Las de los dos primeros tramos son bóvedas baídas o de pañuelo; los brazos del crucero y la Capilla Mayor se cubren con bóvedas de medio cañón y el crucero con bóveda semiesférica, decorada con casetones, al estilo italiano.
Bóveda semiesférica del crucero.
Bóveda de cañón, en el brazo de la Epístola del crucero.
El coro, situado en alto a los pies de la nave, se alza sobre un gran arco escarzano (su flecha es menor que la semicircunferencia del mismo radio), presentando el sotocoro decoración de yeserías barrocas, que recuerdan las construcciones renacentistas italianas.
Coro y órgano de la iglesia.
Visitaremos la iglesia en el sentido contrario a las agujas del reloj, comenzando por el lado de la Epístola (lado derecho según se entra). Vemos dos cuadros que representan a sendos santos jesuitas. San Estanislao de Kostka sosteniendo al Niño Jesús es obra de autor italiano anónimo, fechada entre 1.700 y 1.720 y en un estado lamentable por causa de una gotera. La otra pintura nos muestra a San Luis Gonzaga, de la misma época y autor que la anterior.
San Luis Gonzaga.
San Estanislao de Kostka. Obsérvese el estropicio causado por la gotera.
A continuación, una de las joyas del templo: el retablo de San Juan Bautista, obra maestra de la retablística sevillana, que compró el Estado al convento de Santa María del Socorro (en la calle Bustos Tavera), para depositarlo en este templo en 1.972. Fue tallado entre 1.610 y 1.620 por Juan Martínez Montañés y policromado por Juan de Uceda Castroverde, autor igualmente de las pinturas que adornan el retablo.
Retablo de San Juan Bautista, tallado por Juan Martínez Montañés. Siglo XVII.
Consta de altar, banco y dos cuerpos, divididos en tres calles; se remata por un ático. En el banco hay pinturas que representan a los Cuatro Evangelistas, a las que se suma la del Niño Jesús, que se encuentra en el Sagrario. Las dos de los extremos están prácticamente destruidas. En total dispone de trece pinturas y nueve relieves.

En el centro del primer cuerpo aparece el relieve que representa El Bautismo de Cristo, el más grande del retablo. A los lados, cuatro relieves referidos al Bautista: La Predicación, su Prisión, Ante Herodes y La Degollación del Bautista.
Primer cuerpo  del retablo de San Juan Bautista.
El Bautismo de Cristo. Relieve principal del retablo de San Juan Bautista.
La Predicación de san Juan Bautista.
La prisión de san Juan Bautista.
San Juan Bautista ante Herodes.
La degollación del Bautista.
En el centro del segundo cuerpo se halla el relieve que representa El Nacimiento del Bautista; a su derecha, San Juan se Despide de sus Padres, y a la izquierda Sanjuanito con el Niño Jesús. El retablo se completa con el relieve de La Visitación en el ático.
Nacimiento de san Juan Bautista.
Despedida de sus padres.
Sanjuanito con el Niño Jesús.
Segundo cuerpo y ático del retablo de San Juan Bautista.
La Visitación.
A los lados del retablo se alzan sobre repisas las imágenes de San Juan de Goto (a la derecha) y San Diego Kisai (izquierda), mártires cristianos japoneses que vivieron en el siglo XVI. Las tallas son anónimas, del siglo XVII, y restauradas en el XVIII, cuando se les añadió los ojos de cristal; están realizadas en madera policromada (1,50 y 1,45 metros de altura). Formaron parte de un retablo del primer tercio del siglo XVIII dedicado a los mártires jesuitas en Japón, que desapareció tras las reformas de 1.836-1.842. Dichas imágenes pasaron a adornar el pórtico exterior del retablo de la Virgen de Belén y luego se quitaron cuando se trasladó el retablo a la nave. Estas figuras desaparecieron de la Iglesia con la desamortización del siglo XIX, y el año pasado fueron recuperadas por el Museo de Bellas Artes y devueltas a la Anunciación, el lugar a las que se destinó originalmente. Resulta curioso observar que, pese a ser japoneses los santos representados, las esculturas no presentan rasgos orientales. Por la postura de uno de los brazos, posiblemente en algún momento llevaran la palma del martirio, atributo habitual de la iconografía religiosa.
San Juan de Goto.
San Diego Kisai.
Antes de llegar al crucero se sitúa sobre una hornacina que se abre en la pared la imagen de la Santa Mujer Verónica, que procesiona el Jueves Santo en el misterio de la Calle de la Amargura. En el conjunto, se presenta a la Verónica arrodillada y, junto a ella, las Mujeres de Jerusalén, y no las Tres Marías como se las ha venido identificado erróneamente. La figura de la Verónica es una talla de candelero de 125 centímetros de altura, de madera de cedro. Se representa de rodillas, sosteniendo entre sus manos el lienzo con el rostro de Cristo.
La Verónica, con las Santas Mujeres de Jerusalén.
La imagen de la Verónica es obra del escultor italiano Juan Bautista Patrone y Quartín, que la ejecuto entre los años 1.800 y 1.801.Ha sido restaurada por Manuel Arango y Pallarosa en 1878 y por Enrique Gutiérrez Carrasquilla en 2002.

Ya en la Epístola del crucero, vemos a nuestra derecha el retablo de la Inmaculada, conjunto que fue realizado en su parte más antigua por Juan Bautista Vázquez, el Mozo. Consta de un gran arco que encierra un segundo retablo de estilo renacentista realizado por el propio artista entre los años 1.580 y 1.584, mientras que el arco interior y los cuerpos laterales son de fecha algo posterior, ya del siglo XVII. En el centro del retablo se halla actualmente (junio de 2.011) una imagen de Santa Ana con la Virgen Niña, realizada por Vázquez, el Mozo en la primera mitad del siglo XVII. en tanto que la talla que da nombre al retablo, (según unos de Martínez Montañés, según otros de su escuela), fechada en 1.628, está colocada delante del altar, sobre una peana.
Retablo de la Inmaculada. En el arco del primer cuerpo aparece la imagen de santa Ana con la Virgen Niña.
Virgen de la Inmaculada, antiguamente situada en la hornacina central del retablo.
Zona central del segundo cuerpo del retablo de la Inmaculada. Aquí vemos en el centro a la Virgen con el Niño, acompañada de santa Ana.
Ático del retablo de la Inmaculada, con un relieve de Dios Padre en actitud de bendecir.
Abundantes figuras ornamentan este retablo:
San Nicolás de Bari.
San Antonio, abad.
San Juan Bautista.
San Juan Evangelista.
Santa desconocida.
San Sebastián.
San Roque.
Calle de la Epístola.
Calle del Evangelio.
El banco del retablo presenta dos pinturas sobre tabla, en regular estado, que son de la misma época del retablo y de autor anónimo: La Circuncisión de Jesús y La Visitación.
La Circuncisión de Jesús.
La Visitación.
En este brazo derecho del crucero se encuentra la Puerta de la Concepción (antiguamente de Santa Ana), que servía de comunicación de la iglesia con el claustro, construida en 1.568, compuesta por un arco de medio punto flanqueado por pilastras dóricas y rematado por un frontón recto decorado con discos planos 

Terminado el recorrido de la Epístola del templo, nos encontramos ante el Retablo Mayor. Se trata, sin duda, de la obra más espectacular y valiosa artísticamente de este templo. Sin embargo, esconde numerosos interrogantes. Seguro, lo que se dice seguro, sólo se sabe que la estructura arquitectónica del retablo fue trazada por el hermano jesuita Alonso Matías entre 1.604 y 1.606.
Retablo Mayor de la iglesia de la Anunciación. Vista general.
Retablo Mayor.
Sigue el modelo renacentista (y no barroco, como casi todos los retablos sevillanos), en el cual se aprecian los valores que promueven a este estilo, que son el equilibrio, la belleza de las formas rectas así como la admiración por arte clásico greco-romano. Fue realizado en madera de borne (árbol procedente de la zona de Flandes), siendo el banco de mármol. Está formado por el altar, el banco, un amplio cuerpo central dividido en tres calles y ático.

También es conocido de cierto que las pinturas fueron contratadas y pagadas por don Juan de la Sal, obispo de Bona, protector de los jesuitas sevillanos. A partir de aquí, entramos en el terreno de la investigación y/o interpretación. Según parece, el obispo contrató para la ejecución de las pinturas del retablo a Gerolamo Lucenti de Corregio, con la condición de que ejecutara bocetos previos de cada trabajo y de que si la pintura final no agradaba al obispo, se le pagaría la obra, pero se rescindiría el contrato. Y esto fue lo que sucedió con la primera pintura, La Adoración de los Reyes. No gustó ni al obispo ni al prepósito de la Compañía, por lo que fue pagada y guardada, siendo finalmente colocada en la calle izquierda del primer cuerpo del retablo. En otros tiempos atribuida a Francisco de Varela, basta ver el retablo de la iglesia de san Martín, obra confirmada documentalmente del italiano, para darse cuenta de que fue Lucenti el autor de esta Adoración.
Retablo Mayor, lado izquierdo. La Adoración de los Reyes.
El siguiente artista en intervenir en este retablo fue Antonio Mohedano, autor de la magnífica representación de La Anunciación, situada en el ático del retablo. Lamentablemente, esta obra suele pasar inadvertida para el visitante del templo, no sólo por encontrarse en la parte alta del retablo, sino por no estar debidamente iluminada esta zona superior. La atribución de esta pintura a Mohedano es moderna, pues ha sido obra asignada a diferentes pintores a lo largo del tiempo.
Ático del Retablo Mayor. La Anunciación. Antonio Mohedano.
Como comenté anteriormente, el lienzo principal del retablo es La Circuncisión y no, como es costumbre, la pintura correspondiente a la advocación de la iglesia, o sea, La Anunciación, que es de bastante menor tamaño y se encuentra colocada en el ático. La Circuncisión de Cristo es utilizada para suprema exaltación de la Compañía de Jesús, mediante una serie de personajes y símbolos, como es costumbre en esta institución.

La escena se desarrolla en tres planos. En el inferior aparecen arrodillados san Ignacio de Loyola (fundador de la Compañía, a la derecha) y san Ignacio de Antioquía (admirado por el anterior al haber pronunciado el nombre de Jesús en el momento de su muerte en martirio, a la izquierda). Ambos llevan el anagrama de Jesús (I.H.S.) inscrito en sus pechos, figurando junto a san Ignacio de Antioquía un león, símbolo de su martirio, y una tiara episcopal.
La Circuncisión de Cristo, escena central con toda la simbología de la Compañía de Jesús.
En el segundo plano se desarrolla el momento de la Circuncisión, describiéndose el momento en que san José entrega el Niño a la Virgen para que le sostenga durante la ceremonia. Al fondo a la izquierda, y emergiendo de la penumbra ambiental, aparece el sacerdote con un cuchillo, y junto a él un acólito con un plato. Según la versión que los jesuitas daban a este tema, sería el propio san José quien realizaría la operación, mientras que la Virgen sostendría al Niño.

En el plano superior, en un rompimiento de gloria, aparece el anagrama del nombre de Jesús, representado como un sol. De esta forma se vincula alegóricamente la ceremonia de la Circuncisión con la imposición del nombre de Jesús al Niño, y al mismo tiempo se exalta el anagrama que reúne la frase "Iesus Hominum Salvator", emblema de la Compañía de Jesús.

La Adoración de los Pastores completa, por la derecha, el primer cuerpo del Retablo Mayor. Roelas nos muestra un Niño Jesús sonriente y desnudo sobre los pañales, que proyecta una aureola de luz hacia los personajes que le rodean. 
Retablo Mayor, lado derecho. La Adoración de los Pastores.
Precisamente la desnudez del Niño motivó un comentario del también pintor Francisco Pacheco, contemporáneo a Roelas, que ha servido como referencia fundamental para atribuir esta pintura al artista, independientemente de que su estilo le pertenece. Pacheco, llevado de su puritanismo ideológico y, por qué no decirlo, por el rencor que le produjo el sentirse desplazado por Roelas como pintor de mayor éxito en la ciudad, censuró por escrito en su "Arte de la Pintura" la excesiva desnudez del Niño. Resulta curioso advertir que un seglar como Pacheco, condicionado por la estrechez de su pensamiento religioso, llegase a ser censor de un clérigo como Roelas, hombre sin duda más abierto y humanista que su intransigente colega. No en vano Pacheco, muy bien relacionado con el clero y la nobleza, fue nombrado “veedor de pinturas sagradas” (o sea, censor) de la Santa Inquisición.

En los laterales del ático del retablo figuran dos pinturas que representan a San Juan Bautista y San Juan Evangelista, realizadas en sustitución de san Pedro y san Pablo que originalmente figuraban en el contrato del retablo (en honor a ellos se hicieron dos esculturas situadas en los extremos del ático, a los lados de los Sanjuanes). Ambas pinturas han venido atribuyéndose a Alonso Cano, Herrera, el Viejo y Pablo Legot sin ningún fundamento, ya que presentan de forma clara el estilo de Roelas.
Pinturas de san Juan Evangelista (izquierda) y san Juan Bautista (derecha).
Esculturas de san Pablo (izquierda) y san Pedro (derecha).
El conjunto de obras de Roelas en este retablo se completa con la pintura del Niño Jesús en la puerta del Sagrario o tabernáculo del altar, fechado en 1.606. En esta obra, el artista recrea un prototipo característico de su producción, al describir al Niño de facciones amplias y expresión inocente, que constituye un claro precedente de las representaciones infantiles de Murillo. Esta pintura posee además un interesante contenido iconográfico, pues en ella el Niño anticipa su papel de Cristo resucitado, al apoyar uno de sus pies sobre una calavera, símbolo de su triunfo sobre la muerte, y lleva en sus manos la cruz con banderola, que es el estandarte de la resurrección.

A ambos lados de este cuadro, en los intercolumnios, se encuentran las esculturas de san Ignacio de Loyola (fundador de los Jesuitas, que debería portar una cruz en su mano derecha) y san Francisco de Borja, tercer Padre General de la orden (en su mano izquierda tendría que sostener una calavera a la que mira), años respectivos de sus beatificaciones. Fueron realizadas por Martínez Montañés en sus años de mayor madurez, por lo que son consideradas obras maestras del "Dios de la madera". En ambos casos solo están talladas las cabezas y manos, ya que son figuras de las llamadas "de vestir", estando formadas las sotanas  por telas encoladas.
San Ignacio de Loyola. Martínez Montañés, 1.610.
San Francisco de Borja. Martínez Montañés, 1.624.
A la izquierda del Retablo Mayor se encuentra la puerta de la altísima sacristía y, pasada ésta, adosado al muro del Evangelio, el retablo de la Hermandad del Valle, conjunto realizado entre 1.836 y 1.842, y que antiguamente estuvo dedicado a san Ignacio de Loyola. En la hornacina del centro se venera la imagen de la Virgen del Valle, obra anónima del siglo XVII, atribuida tanto a Juan de Mesa como a Martínez Montañés. En 1.810, durante el traslado de la Hermandad del Convento del Valle a la parroquia de san Román, se produjo la pérdida de las manos originales de la Virgen, siendo las actuales talladas por Ordóñez. En 1.878 la imagen es restaurada por Emilio Pizarro y Cruz.
Retablo de la Hermandad del Valle.
El 5 de julio de 1.909, en la iglesia del Santo Ángel, se produjo un incendio prendiendo las ropas que vestía la Virgen y ocasionando quemaduras en la policromía de la cara y las manos. La restauración fue realizada por Joaquín Bilbao. 

En 1.980 es restaurada por José Rivera García, con la supervisión Enrique Pérez Comendador. 

La Virgen del Valle es una imagen de las denominadas de candelero o de vestir, que solo tiene tallado y policromado la cabeza, el cuello y las manos. 
Retablo de la Virgen del Valle. Figuras centrales.
A la derecha de la Virgen se halla el Santísimo Cristo de la Coronación de Espinas, realizado por Agustín de Perea en 1.687. Sentado, semidesnudo, atado y con una caña en la mano derecha como cetro, recibe en su frente una corona de espinas. Representa el momento en el que Cristo es coronado con una corona de espinas y es objeto de burla por parte de cuatro sayones.
Santísimo Cristo de la Coronación de Espinas. Agustín de Perea, 1.687.
Al otro lado se halla la imagen de Nuestro Padre Jesús con la Cruz al Hombro, talla anónima de la segunda mitad del siglo XVII, atribuible tanto al círculo de Martínez Montañés como al de Pedro Roldán. Representa el misterio que engloba las estaciones sexta y octava del Vía Crucis. Se trata del encuentro de Jesús con las Santas Mujeres en la Calle de la Amargura. En el misterio aparece la Verónica arrodillada, y junto a ella las Santas Mujeres de Jerusalén, y no las Tres Marías como se las ha venido identificado erróneamente.
Nuestro Padre Jesús con la Cruz al Hombro. Anónimo, siglo XVII.
Entre este retablo y la puerta de la sacristía se exhibe, sobre una peana, una pequeña imagen del Niño Jesús. Se trata de una escultura de madera policromada del siglo XVII, obra de artista próximo a los hermanos Ribas. El niño se muestra erguido, con la pierna izquierda adelantada y la rodilla ligeramente flexionada, con la mano derecha bendice y con la izquierda suele portar una cruz. La figura se alza sobre una peana, que adquiere la forma de un círculo de nubes, tachonada por tres cabezas aladas de querubines. 
Imagen del Niño Jesús. Escuela de los hermanos Ribas, siglo XVII.
Siguiendo por el lado del Evangelio, en dirección a la puerta, justo enfrente de la hornacina que vimos antes de la Verónica, encontramos una hornacina gemela, con una gran cruz de madera y las figuras de María Magdalena y san Juan Evangelista
San Juan Evangelista y María Magdalena.
San Juan Evangelista.
Santa María Magdalena.
Finalmente encontramos el retablo de Nuestra Señora de Belén. Consta de altar, banco, dos cuerpos y ático, en los que se disponen las veintidós pinturas que conforman el retablo. Estas representaciones son de escuela sevillana, pudiéndose distinguir en ella obras de dos artistas distintos: las del banco, fechadas en 1.588 (san Bernardo, Nacimiento de la Virgen, Presentación de María, san Ignacio de Antioquía, Desposorios, Niño Jesús en el centro, Anunciación, san Buenaventura, Natividad, Epifanía y san Dionisio Areopagita) son de un maestro; el resto pertenece a otro, se cree que al flamenco Marcello Coffermans: en el primer cuerpo del retablo, la Virgen de Belén, flanqueada por los santos Joaquín y Ana, además de los santos Juanes, Bautista y Evangelista; en el segundo cuerpo se dispone en el centro la Asunción de la Virgen, mientras que en los laterales están la Estigmatización de san Francisco y la Aparición del Crucifijo a san Agustín; por último en el ático se dispone la Trinidad). 
Retablo de Nuestra Señora de Belén. Vista general.
Retablo de Nuestra Señora de Belén.
Cuerpo central del retablo.
Virgen de Belén, atribuida al flamenco Marcello Coffermans.
A ambos lados del retablo se hallan tallas de san Cosme y san Damián, de autor anónimo y no demasiado valor artístico. Como médicos que eran, lucen sus mucetas amarillas de doctor. Ambas figuras proceden del retablo donado en 1.657 por el médico italiano Tiberio Damián, cirujano mayor del Hospital del Cardenal, quien costeó las dos imágenes y pinturas con historias de los Santos Hermanos. El parecido entre éstos es tal que hay que fijarse en la posición de los brazos o en el color de las túnicas para distinguirlos.
San Cosme.
San Damián.
El estado actual del altar, e incluso su denominación de Nuestra Señora de Belén, data apenas del siglo XIX. Antiguamente existía en su lugar el llamado retablo de las Reliquias, que desapareció durante las reformas ordenadas por el deán López Cepero a mediados siglo XIX, de modo que las pinturas del antiguo retablo se aprovecharon para el actual, colocándose las esculturas de Cosme y Damián sobre pedestales situados en los pilares de acceso a la Capilla Mayor. Más adelante, con motivo de las renovaciones hechas en 1.970-72 se quitaron y se guardaron en almacenes; actualmente se pueden ver escoltando el retablo de la Virgen de Belén, una vez restaurados en 1.997. 

Ya junto a la entrada podemos observar por encima de las sillas apiladas dos cuadros de gran formato. 
La visita a la iglesia de la Anunciación ha terminado. De la visita a la cripta y de los fantasmas de la Facultad de Bellas Artes hablaremos otro día.

Aprovechando una posterior visita al Metropol Parasol, publico una serie de fotos de la iglesia desde otra perspectiva:
Vista desde la Plaza Mayor del Metropol Parasol.
Otra imagen desde el mismo sitio.
En esta imagen, tomada desde el mirador del Metropol Parasol, podemos observar la iglesia de la Anunciación, la Facultad de Bellas Artes y la torre del Palacio del marqués de la Motilla.

Editado el siete de septiembre de 2.011 para añadir fotografías.

4 comentarios:

  1. Magnifica descripción de esta iglesia. Ni que decir tiene que comparto todo el preámbulo. Como amante del Arte no puedo comprender la desidia de la Uníversidad de Sevilla no sólo en la conservación sino en el mantenimiento del edificio. A día de hoy, marzo de 2013 , las sillas de las que hablas continúan apiladas..y todo lo demás igual...

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  2. Comparto totalmente el comentario anterior, siempre me pregunté: por qué tanta dejadez?

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  3. Estimado señor Montes:
    No sé si en su día contesté a su amable comentario a través del correo electrónico (de ahí que no aparezca respuesta en este blog) o si, sencillamente, corregí el error que me indicaba y se me olvidó responderle.
    En cualquier caso, hoy he abierto la entrada para realizar un pequeño añadido y aprovecho para agradecerle la corrección que me hizo en su día.
    Atentamente:
    Pepe Becerra.

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  4. Me encanta esta página. Los textos escritos con tanta naturalidad y maestría, las fotos que atestiguan gráficamente los comentarios, descripciones, críticas (muy justas), etc... En mi opinión, un trabajo magnífico.

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