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martes, 22 de enero de 2013

Iglesia de Santa Cruz, -III y final. Nave del Evangelio.


Nave del Evangelio vista desde el crucero.


Ya en la nave del Evangelio encontramos un espléndido retablo barroco de 1.672, ensamblado por Bernardo Simón de Pineda, que nos muestra una escena bastante habitual de la iconografía sevillana: Santa Ana enseñando a leer a la Virgen. La talla, tanto del retablo como del grupo escultórico, es de Pedro Roldán, en tanto que las pinturas son de Valdés Leal. Solo faltaba Murillo para completar el Dream Team de la época.
Retablo de santa Ana.
Santa Ana enseñando a leer a la Virgen.
San Francisco Caracciolo, cofundador de la Orden de los Clérigos Menores, preside el siguiente retablo. La imagen está atribuida a algún discípulo de Pedro Duque Cornejo, en la segunda mitad del siglo XVIII. El religioso italiano está acompañado por san Francisco de Asís y san Antonio de Padua, figuras ambas del XVII.
Retablo de san Francisco Caracciolo.
San Francisco Caracciolo, cofundador de la Orden de los Clérigos Menores.
San Antonio de Padua.
San Francisco de Asís.
El segundo retablo que patrocinó el gremio de orfebres y joyeros de la ciudad es el de santa Bárbara. Gemelo del de san Eloy antes visto, es de estilo neoclásico y ensamblado por Luis Albis en la segunda mitad del XIX. La talla de la santa, de tamaño natural, anónima y de la segunda mitad del siglo XVII, procede, como san Eloy, del convento de san Francisco.
Retablo de santa Bárbara.
Santa Bárbara. Talla anónima del siglo XVII.
Santa Bárbara es una imagen relativamente frecuente en iglesias y conventos sevillanos. Nacida en Nicomedia, cerca del mar de Mármara, durante el siglo III, era hija del rey Dióscoro. Cuando este vio a su hija interesarse por el cristianismo, no se le ocurrió otra cosa que encerrarla en una torre. Sin embargo, aprovechando una ausencia de su padre, la santa se convirtió a la fe cristiana y mandó abrir tres ventanas en la torre, que simbolizaban la Santísima Trinidad. Cuando su padre se enteró del significado de las ventanas, ordenó su muerte. Sufrió similar martirio que san Vicente: pasada por el potro, flagelada, desgarrada con garfios, quemada con hierros al rojo. Como no se desdecía de su fe, el rey la envió al juez quien dictó orden de decapitación. En la cima de una montaña, su propio padre ejecutó la sentencia, recibiendo acto seguido el impacto de un rayo que acabó con su vida. Las reliquias de la mártir se reparten entre el templo de san Martín de la isla de Murano (Venecia) y el santuario de santa Bárbara, en Ática (Grecia).
Santa Bárbara. Detalle.
El último retablo de la nave nos muestra el retablo de la Inmaculada Concepción. Muy parecido al dedicado a santa Ana, se atribuye a Bernardo Simón de Pineda y Pedro Roldán. La imagen de la Inmaculada es de la escuela de Martínez Montañés, de bastante calidad, fechada en el siglo XVII. A sus lados aparecen dos efigies de los arcángeles san Gabriel y san Miguel, procedentes del taller de Roldán.
Retablo de la Inmaculada Concepción.
La Inmaculada, con  los arcángeles san Gabriel y san Miguel a sus lados.
Inmaculada Concepción. Escuela de Martínez Montañés, siglo XVII.
Finalmente, junto al cajón de entrada, una repisa sostiene una figura de san Joaquín, con cabeza y manos talladas y cuerpo hecho de telas encoladas, datada en el siglo XVIII.
San Joaquín.
Terminamos aquí la visita a un templo que, salvo el incendio del siglo XIX, se puede decir que ha soportado bien el paso del tiempo. Prueba de ello son las numerosas muestras de obras de los siglos XVII y XVIII presentes, en bastante buen estado de conservación.

Comentario aparte merece el hecho de que todos los retablos están rotulados, con letreros que, aunque breves, nos permite situarnos cronológica y artísticamente, en la época de su elaboración.
Un sencillo rótulo como este sirve de gran ayuda al visitante.
Mejorable sería la ampliación de las horas de acceso, ya que tan solo abre media hora antes de las misas (10,00 y 20,00 horas), lo que obliga a afinar notablemente a la hora de visitarla.


El acceso para personas de movilidad reducida es imposible, debido a los dos grandes escalones que hay ante la portada, además del más pequeño situado en el propio vano de la entrada.

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